La solución es
fijarnos metas que den significado a nuestra existencia, esto es, dedicarnos
desinteresadamente a personas, grupos o causas.
Sumergirnos en el trabajo
social, político, intelectual o artístico, y desear pasiones que nos impidan cerrarnos
en nosotros mismos.
(Simone de
Beauvoir)
Todos necesitamos ayuda. Unos más que otros.
Llevo prestando auxilio a los demás
un largo tiempo. En un CAD, en la FAD y en Proyecto Hombre con
drogodependientes, en “Con un Pie Fuera” bregué con maltratadores y el Telefono
de la Esperanza me permitió tratar a personas en situación de crisis. Me he ido
convirtiendo en algo parecido a un “voluntario profesional”, si es que esa
figura existe. Y no lo hago por puro altruismo, no, porque yo cobro. Retribución
emocional se llama. Cubiertas las necesidades económicas, esto me hace sentir
bien, extremadamente bien.
Hace unos días recibí un email de
Eva, una antigua paciente. Un caso complejo. Padecía periodos de depresión
profunda que se alternaban con periodos de euforia, de activación extrema. Estuvimos viéndonos durante más de un año, con
muchos altibajos, breves ciclos de mejoría y continúas recaídas a la desesperanza. Me adjuntaba una foto de su hija recién
nacida. Nunca pensó que iba a llegar tan lejos, y me daba las gracias. Como si
yo hubiera tenido algo que ver en su valentía. Nada más lejos de la realidad. Yo
solo le señalé la pendiente que solo ella tuvo que subir.
He encontrado en esto más aprendizaje y satisfacción que
inconvenientes, que también los ha habido. Enfrentarse a situaciones de este
tipo no es sencillo. Las personas y los escenarios en que se mueven son complejos
y requieren un acercamiento muy flexible, sin estereotipos, sin rigideces. Y un
método.
Hace unas semanas, aquí en Quito,
recaí en mi necesidad y comencé a colaborar con una ONG española que acoge a
drogodependientes, mujeres maltratadas y niños abandonados de cualquier
nacionalidad. Les ofrecen comida y alojamiento para cubrir lo básico, y trabajo
y consuelo espiritual para sus males. Ya todos me conocéis y sabéis que voy
justito de fervor religioso, pero yo les planteaba una alternativa distinta a
las que ellos utilizan, y me abrieron los brazos.
Aquí y allí el sufrimiento es el
mismo. Las personas se esconden de sus miedos en los mismos lugares, pero aquí
lo hacen con menos medios y apoyos. Allí hay exceso de medicación, aquí brilla
por su ausencia. El mono se pasa a pelo. Allí encontré frecuentes casos de sobreprotección,
aquí de maltrato infantil. Allí es común que haya detrás una familia, aquí
pocas veces la hay, y si acaso, son ellas; los hombres no suelen estar, y si
están, muchas veces sobran.
Hay mucha necesidad, demasiada gente
viviendo en las calles, pidiendo o vendiendo cosas inverosímiles en los
semáforos, para obtener dos o tres dolaritos diarios con los que poder
alimentar a la familia con una dieta a base de maíz, arroz, huevo, pollo y
chancho. Lo de todos los días.
Y hay muchas personas dañadas que
no saben hacer ni eso y sucumben en los brazos de la primera que les guiña un
ojo, se llame marihuana, perico, pepas, cocaína, base, el LSD o alcohol. Cada
noche duermen con una, esperando que calmen su angustia, y solo algunos, muy
pocos, consiguen abandonarlas con mucho sufrimiento, después de haber retozado
con ellas durante años.
- El padre de Hugo abandono a la familia cuando él era muy pequeño. Su madre buscó otro hombre que él no aceptó nunca. Su padrastro pegaba a su madre y su madre le pegaba a él, un círculo que no para y que siempre acaba igual. No tiene recuerdos de la infancia, salvo que a los 8 años ya fumaba marihuana. Alternó la casa de la madre y la de otros familiares, pero nunca se encontró ni en un sitio ni en otro, hasta que la calle le dio una identidad. Durante años, pandillas, droga, mentiras y delincuencia han sido sus señas.
- Luis Fernando entró en la droga por curiosidad. Su padre consumía delante de él y así aprendió, vicariamente. Después todo se le fue de las manos hasta que le echaron de casa. De su infancia habla mal, la paso en la calle o con los abuelos que le dejaban hacer lo que quería. Cinco años en la calle fueron demasiados. Nadie de su familia sabe que está aquí, reconciliándose con la vida. Tiene mucho miedo a volver.
- Jorge lleva unos años aquí. Tiene un rictus muy serio, poco expresivo y sumamente inhibido. Nunca ha consumido droga ni alcohol. Se fue de casa porque su padre le maltrataba y su madre no decía nada. El padre murió, y con ella no ha vuelto a hablar. Tampoco con ninguno de sus nueve hermanos. Pero él sigue pensando que le quieren.
- A Alan su madre le abandono al nacer, le entrego a los brazos de un tío que lo crio. La bebida fue llenando sus vacíos. De los 8 a los 14 no paro, hasta que ya no pudo más. Lleva aquí unos años sin beber, sin vivir.
Estos son algunos casos de verdad con nombres de mentira.
Charlaba el otro día con un amigo
de aquí sobre oportunidades. Sería ideal, pero utópico, que todos empezáramos
la carrera con la misma mochila. Eso no pasa, ni pasará. Pero la diferencia de
peso podemos compensarla de alguna manera los que vamos más ligeros. Yo he
encontrado esta.
Y aún así, las personas siempre sorprenden. como Eva.
Mucha gente sobrevive dignamente con una caja de
herramientas prácticamente vacía. Son capaces de clavar clavos sin martillo y
atornillar sin destornillador. Otros menos hábiles dan martillazos a todo lo
que encuentran porque es la única herramienta que tienen. Y hay muchos más
favorecidos, que tienen hasta llave inglesa, pero no saben qué hacer con ella.