REDES SOCIALES

miércoles, 8 de septiembre de 2021

OPORTUNIDADES

 

La solución es fijarnos metas que den significado a nuestra existencia, esto es, dedicarnos desinteresadamente a personas, grupos o causas.

Sumergirnos en el trabajo social, político, intelectual o artístico, y desear pasiones que nos impidan cerrarnos en nosotros mismos.

(Simone de Beauvoir)

 



Todos necesitamos ayuda. Unos más que otros.

Llevo prestando auxilio a los demás un largo tiempo. En un CAD, en la FAD y en Proyecto Hombre con drogodependientes, en “Con un Pie Fuera” bregué con maltratadores y el Telefono de la Esperanza me permitió tratar a personas en situación de crisis. Me he ido convirtiendo en algo parecido a un “voluntario profesional”, si es que esa figura existe. Y no lo hago por puro altruismo, no, porque yo cobro. Retribución emocional se llama. Cubiertas las necesidades económicas, esto me hace sentir bien, extremadamente bien.  

Hace unos días recibí un email de Eva, una antigua paciente. Un caso complejo. Padecía periodos de depresión profunda que se alternaban con periodos de euforia, de activación extrema. Estuvimos viéndonos durante más de un año, con muchos altibajos, breves ciclos de mejoría y continúas recaídas a la desesperanza.  Me adjuntaba una foto de su hija recién nacida. Nunca pensó que iba a llegar tan lejos, y me daba las gracias. Como si yo hubiera tenido algo que ver en su valentía. Nada más lejos de la realidad. Yo solo le señalé la pendiente que solo ella tuvo que subir.

He encontrado en esto más aprendizaje y satisfacción que inconvenientes, que también los ha habido. Enfrentarse a situaciones de este tipo no es sencillo. Las personas y los escenarios en que se mueven son complejos y requieren un acercamiento muy flexible, sin estereotipos, sin rigideces. Y un método.

Hace unas semanas, aquí en Quito, recaí en mi necesidad y comencé a colaborar con una ONG española que acoge a drogodependientes, mujeres maltratadas y niños abandonados de cualquier nacionalidad. Les ofrecen comida y alojamiento para cubrir lo básico, y trabajo y consuelo espiritual para sus males. Ya todos me conocéis y sabéis que voy justito de fervor religioso, pero yo les planteaba una alternativa distinta a las que ellos utilizan, y me abrieron los brazos.

Aquí y allí el sufrimiento es el mismo. Las personas se esconden de sus miedos en los mismos lugares, pero aquí lo hacen con menos medios y apoyos. Allí hay exceso de medicación, aquí brilla por su ausencia. El mono se pasa a pelo. Allí encontré frecuentes casos de sobreprotección, aquí de maltrato infantil. Allí es común que haya detrás una familia, aquí pocas veces la hay, y si acaso, son ellas; los hombres no suelen estar, y si están, muchas veces sobran.

Hay mucha necesidad, demasiada gente viviendo en las calles, pidiendo o vendiendo cosas inverosímiles en los semáforos, para obtener dos o tres dolaritos diarios con los que poder alimentar a la familia con una dieta a base de maíz, arroz, huevo, pollo y chancho. Lo de todos los días. 

Y hay muchas personas dañadas que no saben hacer ni eso y sucumben en los brazos de la primera que les guiña un ojo, se llame marihuana, perico, pepas, cocaína, base, el LSD o alcohol. Cada noche duermen con una, esperando que calmen su angustia, y solo algunos, muy pocos, consiguen abandonarlas con mucho sufrimiento, después de haber retozado con ellas durante años.  

  •   El padre de Hugo abandono a la familia cuando él era muy pequeño. Su madre buscó otro hombre que él no aceptó nunca. Su padrastro pegaba a su madre y su madre le pegaba a él, un círculo que no para y que siempre acaba igual.  No tiene recuerdos de la infancia, salvo que a los 8 años ya fumaba marihuana. Alternó la casa de la madre y la de otros familiares, pero nunca se encontró ni en un sitio ni en otro, hasta que la calle le dio una identidad. Durante años, pandillas, droga, mentiras y delincuencia han sido sus señas. 
  •    Luis Fernando entró en la droga por curiosidad. Su padre consumía delante de él y así aprendió, vicariamente. Después todo se le fue de las manos hasta que le echaron de casa. De su infancia habla mal, la paso en la calle o con los abuelos que le dejaban hacer lo que quería. Cinco años en la calle fueron demasiados. Nadie de su familia sabe que está aquí, reconciliándose con la vida. Tiene mucho miedo a volver.
  •   Jorge lleva unos años aquí. Tiene un rictus muy serio, poco expresivo y sumamente inhibido. Nunca ha consumido droga ni alcohol. Se fue de casa porque su padre le maltrataba y su madre no decía nada. El padre murió, y con ella no ha vuelto a hablar. Tampoco con ninguno de sus nueve hermanos. Pero él sigue pensando que le quieren. 
  •    A Alan su madre le abandono al nacer, le entrego a los brazos de un tío que lo crio. La bebida fue llenando sus vacíos. De los 8 a los 14 no paro, hasta que ya no pudo más. Lleva aquí unos años sin beber, sin vivir. 

Estos son algunos casos de verdad con nombres de mentira.  

Charlaba el otro día con un amigo de aquí sobre oportunidades. Sería ideal, pero utópico, que todos empezáramos la carrera con la misma mochila. Eso no pasa, ni pasará. Pero la diferencia de peso podemos compensarla de alguna manera los que vamos más ligeros. Yo he encontrado esta.

Y aún así, las personas siempre sorprenden. como Eva.

Mucha gente sobrevive dignamente con una caja de herramientas prácticamente vacía. Son capaces de clavar clavos sin martillo y atornillar sin destornillador. Otros menos hábiles dan martillazos a todo lo que encuentran porque es la única herramienta que tienen. Y hay muchos más favorecidos, que tienen hasta llave inglesa, pero no saben qué hacer con ella.