De pequeño me gustaba leer el TBO, tal vez el comic más famoso en la España de aquella época. Mis personajes preferidos, como no, eran Mortadelo y Filemón, unos agentes secretos muy especiales, lo más parecido a los superhéroes americanos, pero en hispano. Y luego me gustaba darme una vuelta por la contraportada, casi siempre ocupada por la Rue del Percebe 13. Para quien no lo conozca se trata de una comunidad de vecinos con personajes muy peculiares, un tanto extremos, lo que es normal si consideramos que se trata de caricaturas que sólo pretenden divertir y entretener a jóvenes lectores. La cosa es que a día de hoy todos esos personajes podrían haber transmutado para llegar a convertirse de caricatura a realidad.
Probablemente el frutero, que ocupa el local que da a la calle, simpatizaría con algún partido político de estos que ahora se llevan tanto, que han aprendido a hurgar en lo más mísero del ser humano y enseñan a su tropa a culpabilizar a los demás de todos sus problemas. Es tan fácil hacerlo. Sustituyen la responsabilidad personal por una exigencia de libertad que ignora la de los demás. Este personaje es de los que al mismo tiempo que acusa a los demás de robarle trampea a sus clientes para sustraerles unos centavos en cada venta.
Los vecinos del segundo podrían
ser venezolanos o subsaharianos. Llegaron al país andando o en patera, con dos
de sus hijos y arrastrando una maleta que contenía todas sus pertenencias. Allí,
de dónde vienen, no se podían quedar. Qué más da el motivo. Hasta hace poco han
vivido en la calle alimentándose de las monedas que obtenían de pedir por la
calle. El año pasado los acompañó la
suerte y la madre encontró trabajo en una peluquería. Por eso, este año han podido
alquilar este pequeño apartamento en la Rue del Percebe, donde han nacido otros
dos de sus hijos, los gemelos. En su país las familias humildes son muy numerosas,
es lo que han visto siempre y es lo que hacen ahora. A veces el dinero de su
salario no les da para todo y tienen que dejar de pagar el alquiler o la
comunidad. La vuelta a la calle esta siempre ahí, a la vuelta de la esquina.
Viven con miedo y a veces con culpa porque algún vecino les acusa de venir al
país a enriquecerse y quitar el trabajo a los de aquí.
El ático, donde antes vivía el
vecino moroso, ahora esta okupado por un joven que luce unas enormes rastas. Allí
ha montado un huerto urbano y por la tarde toca la guitarra con amigos mientras
fuman cannabis.
El veterinario del primero
izquierda es negacionista. Desconfiado desde siempre. No soporta la ansiedad
que le genera no tener explicación a lo que pasa, y ha optado por abonarse a
teorías conspiranoicas, difíciles de creer, sí, pero que ponen nombre y
apellidos al enemigo y eso de primeras tranquiliza, pero paradójicamente, a la
larga cada vez está más irritado, más enfadado y su ansiedad ha pasado a ser
incontrolable.
El ladronzuelo del tercero derecha ha prosperado y ahora va con traje y corbata. No se mancha, y ya no necesita utilizar antifaz. Se encuentra muy seguro y protegido por su “organización” que ahora es legal y recibe subvenciones. Maquiavélico.
La señora del segundo izquierda
ya es muy mayor, es la única que se mantiene de todos los antiguos vecinos de
la Rue. Ha visto como se transformaba el barrio durante estos años. Ya no queda
nadie de los que habitaron ese bloque, que en aquellos tiempos estaba rodeado
de descampados. De todos sus amigos, el que no se ha ido a otro barrio, se ha
muerto. Hoy está contenta porque la han vacunado.
La portera de la finca ya se fue,
los vecinos no podían permitirse su salario y han transformado el piso del bajo
para abrir una puerta a la calle, y poder alquilárselo a un chino que pasa allí
todo el día de todos los días, vendiendo bebidas, chuches y cigarrillos sueltos
a los chavales.
Todos tan diversos, antes
convivían, ahora se separan. Tienen problemas, y eso no debiera ser un
problema, pero ahora les cuesta solucionarlos. Cuando se juntan es difícil que
se pongan de acuerdo. Las posiciones son tan extremas que en la última reunión
de vecinos se oyeron gritos a más de tres cuadras. Ya no se toman decisiones
importantes para la comunidad, como el cambio de compañía de suministro de
agua, la derrama para arreglar el ascensor o como gestionar las cuotas
atrasadas de algunos vecinos. Al final, pocos son los que van a estas reuniones
para evitar el bochorno y las decisiones las tomas los dos vecinos “más
interesados” que son los que siguen yendo. Los demás aceptan lo que venga. Solo
quieren vivir tranquilos y no tener más problemas de los que ya tienen.
¡Esta comunidad moderna se parece
mucho a la sociedad actual! Los que la representan han dejado de hacer
política, que no es otra cosa que defender unas ideas y renunciar a otras para
llegar a acuerdos que permitan avanzar todos juntos, y se esfuerzan en acabar
con la comunidad y con el edificio. Unos por activa y otros por pasiva, y unos
con más interés que otros.
No encontramos la manera de hacer
prevalecer la idea de que todos somos necesarios, sin dejar a nadie atrás. El
bichito que ahora mismo nos ataca nos lo está gritando muy fuerte. Si uno, por lo que sea, no puede andar hay
que parar y ayudarle, aunque eso suponga a los demás tener que ir más despacio.
De otro modo habrá tanta distancia entre nosotros que no seremos capaces de
reconocernos como parte de lo mismo. Y eso está muy cerca.
O lo mismo todo esto que digo es
un cuento chino, no sé.
¡Vacunas para todos!