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domingo, 11 de abril de 2021

ON THE ROAD

 




“Cuentan que amanecí en el año del sol

Que hizo que nos encontraran

A este lado de la Panamericana”

 

Así reza la canción de DePedro sobre la ruta más famosa y larga del continente americano. Una carretera que atraviesa 20 países en sus 17.000 kilómetros de recorrido y que solo se interrumpe en un pequeño tramo de 130 km entre Panamá y Colombia. Reconozco que me emocioné la primera vez que “manejé” por ella. Es como si tuviera la sensación de conocer de toda la vida a alguien que no había visto nunca.  

Esta semana me he vuelto a reencontrar con ella, camino a Cuenca, una ciudad imperdible situada al sur del país. Nos hemos acompañado durante 450 kilómetros y ocho horas de viaje en las que todos hemos cambiado.  

Ha cambiado la panamericana, que pasa, de enseñarse con orgullo en los alrededores de la capital, con dos o tres carriles por vía y una buena señalización, a mostrarse humilde y descuidada, arrugada y sin pintar, cuando se aleja de los grandes núcleos de población.

Va cambiando el clima como cambia la altitud, de alta a muy alta, en un viaje a través de las nubes, que unas veces, egoístas ellas, te envuelven, acaparando toda la atención e impidiendo que te fijes en nada más; en otras comparten contigo lo que les sobra, el agua; y en la mayoría de las ocasiones se alían con montañas, prados y demás elementos andinos para demostrarte que, junto a ellos, pueden componer magnificas postales en su baile sobre el fondo azul.  



Y claro, cambiamos nosotros. Un cambio que, a mí, me devuelve al pasado.

Me traslada a aquella época en la que uno aún no decide sobre su propia vida. Vivíamos en Madrid, e ir al pueblo con la familia tres o cuatro veces al año era inevitable, incontrovertible, inexcusable, vamos, que no te podías negar. Subíamos al Renault 4L, color verde, que mi madre se encargaba de cargar hasta la bandera e íbamos directos al encuentro de los 160 km que nos separaban del destino por una carretera antigua, poco cuidada y empeñada en pasar siempre por el casco histórico de todas las ciudades y pueblos que encontrábamos. Una seria apuesta por promover la cultura y el patrimonio de las ciudades que generaba inmensas caravanas en las que, sobre todo los vendedores de helados, hacían su agosto. Tan inevitable como las caravanas eran las paradas en los puestos de carretera para cargar aún más el coche, que ya protestaba por el abuso, con melones y sandías de la zona, que se acababan colando entre mis piernas y las de mis hermanos.  En fin, que aquel viaje de dos horas se convertía con demasiada frecuencia en cuatro, igual que aquí, este, que podría ser de cuatro, se convierte en uno ocho. 

Ocho horas muy distintas.

Las primeras transcurren por buenas carreteras, ciudades muy pobladas y famosos y estirados volcanes. Sorprende tener que parar en plena autovía alertados por el rojo de un semáforo o reducir velocidad por la frecuente invasión de los arcenes por vendedores de fruta, verdura y helados de salcedo, o por jóvenes avisadores que mueven sus banderas para indicar la existencia de restaurantes o huecas donde desayunar café con humitas, tigrillo o comer chancho y cuy a la brasa.

A partir del Chimborazo la cosa cambia. La carretera es otra, se hace más estrecha y sinuosa, con unos baches que a veces superan su propia definición para pasar a ser profundos agujeros, que te obligan a parar o esquivar. Las subidas y bajadas son más frecuentes y la niebla aparece y desaparece a antojo. Aun así, la gente no deja de poblar los márgenes de la carretera, unos van de un lugar que no distingues a otro que no adivinas, mientras otros esperan pacientemente  que alguien les recoja para continuar con su rutina. Me gusta ver sus caras, imaginar sus vidas, inventar sus historias, aunque lo que realmente me gustaría es preguntárselo y que ellos mismos lo contasen. Pero no se puede ser curioso y tímido al mismo tiempo. 

Al paso por los núcleos rurales vuelven los vendedores y agitadores de banderas, el ir y venir de la gente por las calles, los mercadillos, el tráfico de camionetas, los carteles electorales y las banderas multicolor del movimiento indígena.

Y por fin, cuando nos acercamos al destino, todo vuelve a cambiar, la carretera vuelve a acicalarse y a ponerse guapa para enseñar sus encantos en la gran urbe.

Uno nunca se aburre en la panamericana. 

 

                             
























 

15 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho. Nos transportas. Nos da morriña sin haber estado nunca.
    Me van dando cada vez más ganas de ir a veros...

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    1. Gracias. Te estamos esperando con los brazos abiertos Javi,

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  2. No pares, sigue, sigue...👍😜👋👋

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  3. Ohhh me ha encantado!!! Me viene un sentimiento de nostalgia, es como si lo conociéramos sin haber estado...
    Muchas gracias por compartir con nosotros todas esas ideas, emociones y experiencias. Me gusta mucho!! Besos mil!!

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  4. Ohhh me ha encantado!!! Me viene un sentimiento de nostalgia, es como si lo conociéramos sin haber estado...
    Muchas gracias por compartir con nosotros todas esas ideas, emociones y experiencias. Me gusta mucho!! Besos mil!!

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    1. Gracias Lolica, espero que cuando vengáis y viajemos por la panamericana os parezca tan mágica como a nosotros.

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  5. Cómo me gustaría emprender esa ruta, sin miedo a los cambios y por supuesto, en buena compañía... Un abrazo y gracias

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    1. Gracias Inma, tienes unos años para decidirte, por supuesto nosotros te acompañaríamos.

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  6. Me gusta mucho el relato, pero las fotos....resuman timidez. Deberíamos empezar un proyecto capaz de inhibir nuestra timidez. Enhorabuena!!

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    1. Muchas Gracias Javier, todas las fotos están sacadas desde el coche, aprovechando que conducía Mariló, por eso hay algunas algo desenfocadas, y si, tal vez un buen proyecto seria hacer fotos enfrentándonos a aquello que evitamos, pero no se si estoy preparado aún. Un beso, amigo.

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  7. Simplemente fantástico, y pensar que uno no sabe lo que tiene , gracias Felipe por tan maravillosa descripción de nuestro País.

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  8. Como el aroma del café y aquél cigarrillo de primera hora....escapándose el fluir del sinuoso humo por entre mis dedos y la mirada pérdida junto con el pensamiento en mil y una verdad....que bueno amigo!! Me trasladas y haces también mías tus vivencias actuales...creas adicción!! Que placer sentir con tus palabras!! Gracias y Enhorabuena Pipe!!

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