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sábado, 22 de julio de 2023

MURCIORRIQUEÑOS

                                

A diferencia de los otros relatos, en este voy a recurrir a la primera persona del plural. Al nosotros. A Mariló y a mí.  Esta experiencia que cuento es plural, conjunta, compartida, y utilizar esa forma verbal me facilita las cosas. Claro que eso no evitará referencias personales porque contar lo que se vive, aún en conjunto, es subjetivo, particular e íntimo. Las parejas no son uno, son dos. Lo dicen las matemáticas y el sentido común.  

Conocimos a Silverio y a Yessica hace ahora 10 años, en un camino de Santiago muy importante para nosotros, que iniciamos en Viana do Castelo, Portugal, muy bien acompañados por mi hijo Felipe, que aceptó sin reticencias compartir durante unos días conversación y silencios con dos adultos. Nos gustó tanto la experiencia que todos repetimos el año siguiente. Nosotros cambiamos de recorrido y él de acompañantes.  


Durante la primera jornada gallega conocimos a Silverio. Después de pasar por un agotador y desértico recorrido poligonero, distinguimos unos metros por delante a un personaje que cargaba con una mochila de la que sobresalía una pequeña guitarra y la banderita de un país que nosotros identificamos erróneamente como Cuba. Iba acompañado de dos jóvenes que portaban una cámara el uno y un micro el otro. Un grupo peculiar para lo que usualmente ve uno en el Camino.

Nuestro objetivo, de ese momento, era encontrar un lugar donde disfrutar de una cerveza y una tapa para rellenar los huecos creados por el esfuerzo. El objetivo de Silverio era acumular experiencias para un documental sobre el Camino, que quería ofrecer a un gran amigo fallecido unos años antes. En la pugna de objetivos ganó el suyo. Siempre se lo agradeceremos. Su insistencia y sus preguntas nos mantuvieron en el mismo paso durante el tiempo suficiente para presentarnos, conocer nuestros motivos, y aprender que esa bandera es de Puerto Rico y no de Cuba. Ambas comparten formas y colores, pero cambian la posición.

Lo siguiente fue un cúmulo de encuentros fortuitos, no planificados. Que si hoy nos encontramos a la salida del Albergue, donde conocimos a Yessica; que si mañana coincidimos casualmente en el mismo bar, desayunando; que si pasado mañana compartimos charla con un Amigo del Camino al que Silverio iba a entrevistar; y ya en la penúltima jornada mientras comíamos al lado del río con otros peregrinos, vimos asomar por el puente a la pareja puertorriqueña con su guitarra y su bandera. Sin dudarlo se unieron al grupo. Silverio desenfundó su guitarra y los demás nuestras voces para intentar acompañarlo. Entre todos, creamos un momento mágico.

No necesitamos más señales para entender que el camino quería unirnos, y que nosotros no éramos nadie para contradecirlo. Allí nos comprometimos, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, para lo bueno y para lo malo. Nuestra relación ha cumplido esta semana 10 años. Este relato es un homenaje a ellos.

La luna de miel fue en Puerto Rico. En Navidad. Inolvidable. Ellos nos regalaron su Amor. Nos brindaron hospitalidad en una preciosa casa de madera a las afueras de San Juan, nos prestaron a sus amigos de toda la vida como si nosotros también lo fuéramos, organizaron fiestas donde los dos españolitos eran el centro de atención, cuando realmente ésta les pertenecía a ellos. Allí, quien no canta, baila, o cuenta chistes,  o toca algún instrumento con auténtica pericia. En nuestras cabezas se mezclaba la realidad, la sensación de vivir una ficción  y el canto de los coquís.

Hacía mucho tiempo que no vivíamos unas navidades tan alegres, tan distintas y  tan iguales. Diferentes por la manga corta y la piña colada en la playa, y similares por los adornos navideños, los villancicos, que con un poco de salsa ganan en sabor, y sobre todo por los  Reyes Magos. Sí, es verdad, Puerto Rico celebra a lo grande a los Reyes Magos con una mezcla entre creencia religiosa, costumbrismo y resistencia a la colonización americana. No hemos vista nada igual en los países de por aquí.

A lo largo de estos años hemos vuelto otras dos veces a Puerto Rico, un país maravilloso, con playas y paisajes espectaculares, de gente alegre, hospitalaria y muy resiliente. No es fácil luchar con una sonrisa, pero ellos lo hacen a diario. También nos hemos encontrado en Madrid, Barcelona Murcia y Valencia, en Colombia, Lisboa y en Copenhague. Cualquier lugar es bueno para renovar nuestros votos de amistad y amor, con ellos, con los amigos del camino, nuestros amigos del alma. Silverio y Yessica.

Os los presento.

Silverio es el alma del grupo. Es tipo alegre, ingenioso, educado, asertivo, gracioso, comprometido, sensible, bromista, inteligente, cariñoso, un gran contador de historias y trabajador incansable. Podría seguir, pero ya todas ellas le dan para ser escritor, músico, motivador, presentador de radio y televisión, cómico, youtuber y cuidador. Creo que este chico que acaba de cumplir 75, podría ser de mayor lo que quisiera ser. De hecho, creo que ya es lo que quiere ser, a pesar de que muchas veces, las circunstancias y quienes las manejan, hayan intentado sacarle del camino. Silver es una de estas personas que te gustaría tener siempre a tu lado. Te alegra la vida.

Yessica es una mujer divertida, amorosa, capaz, muy capaz, valiente, inteligente, organizada, decidida, generosa, tan trabajadora como él, y muy ingeniosa. Aúna la  fantasía y el glamour con la eficacia y el esmero. Organiza, emprende, cuida, dirige, ama, planifica, y en los últimos años hasta canta, y lo hace como todo lo que se propone, con excelencia.  Estando en su compañía te sientes más liviano. Yessica aligera tu peso. Ella lo carga en su mochila y lo gestiona con eficacia. Cuando te das cuenta cada cosa está en su sitio. Todo fluye. 

No voy a hablar de mí, ni de Mariló. Eso ya lo hice en otros relatos. Pero cualquiera puede entender que quien tenga la suerte de encontrarse en algún camino, el que sea, a dos personajes como estos, puede dar gracias a quien considere, por mantenerlos a su lado. Nosotros la hemos tenido y damos las gracias.  

Gracias por haberos cruzado en nuestro camino, hace ya 10 años.

 



martes, 11 de julio de 2023

Los 30 de Felipe

 

LOS 30 DE FELIPE

Hace 20 meses que no escribo en este blog, justo el tiempo de ventaja que le concediste a tu hermano para que te fuera abriendo camino. Hoy cumples 30, y con esa excusa voy a retomar estos relatos que abandoné sin ningún motivo importante. Mi regalo será el mismo que le hice a él. Y lo voy a empezar igual que comencé el suyo, porque eso que le dije a él sigue vigente contigo.

No es fácil hablar de ciertas cosas con tu hijo, al menos no lo es para para mí. En general nos movemos  bien cuando se trata de conversaciones triviales. Hablamos con naturalidad sobre amigos, familia, trabajo o los planes de fin de semana. Pero la cosa se complica cuando aparecen las emociones. Es llegar ellas y patinamos. Espero no caerme. Raramente hablamos de lo que sentimos a las personas que más queremos. Lo damos todo por dicho. Mandamos “señales” que creemos fáciles de interpretar pero en su mayor parte contienen códigos indescifrables. Frecuentemente reprimimos agradecimientos o muestras de cariño y aceptación, y nos fijamos más en aquello que pensamos que no funciona. No sé qué aprendizajes hay detrás de eso. Me lo he preguntado muchas veces. Creo que heredamos el desierto emocional en el que vivieron nuestros padres y sus ascendientes y por muchos esfuerzos, no somos capaces con una sola vida de desligarnos de ello.     

Rebuscar, indagar, hacer preguntas que no tienen respuesta, escuchar lo que te llega e intentar plasmar todo eso en unas pocas palabras. Un proceso de catarsis personal, que no sé si es más que un regalo para ti o una necesidad mía. En fin, que este es un regalo costoso, créelo. Tal vez el más caro de los que te he hecho.

Rebusco en la memoria, en mis recuerdos tuyos y encuentro escenas aisladas, a veces inconexas, algunas emociones, y muchos espacios vacíos que me cuesta rellenar. A mí me pasa, imagino que como a muchos, que la cabeza viaja sin parar de un sitio a otro, del pasado al futuro, casi siempre más pendiente de lo de dentro que de lo de fuera. Y ese déficit en la atención creo que me ha impedido fijar recuerdos que me faltan. Resulta también que los recuerdos son muy traicioneros, nunca sabes si te cuentan la verdad o si se han ido poco a poco acomodando a tu propia ficción. Y también es cierto que llegaste el segundo, sin el privilegio de la novedad.  Cuando te presentaste ya teníamos experiencia, contigo todo fue sobre ruedas, ponías todo de tu parte. Será por eso lo de los espacios vacíos. No sé. En fin, tendré que esforzarme para crear un relato coherente.

Te miro ahora y me sigues recordando a ese niño feliz, expresivo, ingenuo, y tenaz que nació hace ahora 30 años.

Llegaste con un chupinazo, el primero de ese año, y casi al mismo tiempo que los mozos empezaban sus carreras.  Pero tú no llegaste corriendo, nadie te perseguía, al contrario, cuando tú llegaste ya estábamos todos allí. Esperándote para irnos a la playa. Fue de las primeras cosas que viste en tu vida, la arena blanca y las cálidas aguas de los Arenales. Allí pasamos más de una década de divertidos veranos familiares, que seguro tuvieron mucho que ver para definir un apego familiar que te caracteriza.

Las imágenes que tengo guardadas de tus primeros años son las de un niño tranquilo, risueño y juguetón. Seguías los pasos que iba marcando tu hermano a la espera de que los tuyos encontraran su propio camino. Alvaro jugaba al balón, su pasión, y ahí  estabas tú intentándolo una y otra vez, tratando de emularlo. Y el caso es que conseguiste relacionarte muy bien con la pelota, pero regular con el juego.  Un día me preguntaste cuando se iba a acabar esa moda del fútbol. Imagino que estabas harto de ver que el mundo girara alrededor de algo que a ti no te entusiasmaba. Mi contestación no fue esperanzadora para ti. Esa moda no se acabaría nunca, al menos yo no lo vería. Tu respuesta fue adaptarte y dedicarle tiempo en la pista de la urbanización o en el jardín de casa, aprendiste giros y toques de balón cada vez más acrobáticos. Ese esfuerzo y esa convicción sin ninguna duda son parte de las fortalezas que te han llevado a donde ahora estás.

No eres un tipo convencional. Tus amigos tampoco lo fueron, ni fueron siempre los mismos, cada curso cambiaban. Buscando hasta encontrar. Me fallan los detalles pero me queda una sensación de que ellos eran un poco como tú, de alguna forma se encontraban en el margen. Ahora el que más me viene a la cabeza es el hijo del guarda de la urbanización del Pinar, el del otro lado de la vía. Será por la cantidad de veces que te lleve allí. 

Tal vez descubrimos tarde que tus cualidades no iban a ser bien exploradas en un contexto escolar que utilizaba el mismo abono para especies diferentes. En fin, hay cosas que uno ve en la distancia.

Según ibas creciendo tus intereses iban cambiando. Creo que en un momento determinado te cansaste del fútbol y buscaste tu sitio en otros lugares. Baloncesto, tenis,  natación, tiro con arco y hasta fútbol americano. Buscando hasta encontrar. Eso también te define. La curiosidad. 

Entre todo esto, algo que no quiero olvidar. La primera experiencia teatral. Tú muy pequeño, como tu hermano, y una profesora entusiasta que consiguió trasladaros la pasión por la interpretación. Hicisteis una función y participamos los tres en una cabalgata de Reyes. No sé tú, pero esa experiencia la recordaré siempre con extremo cariño.  Pero a pesar de nuestro interés, esta experiencia duró, lo que duró esta chica en la nómina del Ayuntamiento. Muy poco.  Una lástima. No volviste a encontrarte con el teatro hasta muchos años después.

Disfruté mucho de esa etapa. Me encantaba ir al colegio por las tardes a buscarte a ti y a tu hermano. Ver vuestras caras entre los demás niños y esperar la carrera que acababa con besos, abrazos,... y la merienda. Esa sensación que ahora rememoro tiene el color de la felicidad. Me acompañará toda la vida.

Y a la mitad de tu camino llegó lo que imagino que fue una de las experiencias más tristes de tu vida, también de la mía, la separación. Hubiera querido que no pasaras por ello. Hubiera querido no pasar por ello.  Nunca se irán de mi memoria tus lágrimas de esa tarde, la última que los cuatro nos sentamos alrededor de  una mesa para hablar, en este caso de un final no deseado. Aun después de tanto tiempo, ahora mismo, cuando lo escribo, todo alrededor se vuelve gris. El color de la culpa. Sólo quiero que sepas que hice todos los esfuerzos por no añadir más sufrimiento al dolor. Me habré equivocado, seguro, pero mi intención siempre ha sido seguir cuidando de vosotros, aun en la distancia. Te doy las gracias por haber colaborado conmigo en esa misión. No hubiera conseguido ser feliz en ningún proyecto vital sin vosotros.   

Luego, el paso del tiempo lo recoloca todo, y como todo en la vida nada es  completamente  bueno ni malo. Perdiste mucho pero ganaste a otra persona que te quiere como se quieren a los hijos. Y eso también es mucho. También creo que mi alejamiento nos acercó. No es que estuviéramos lejos, pero creo que para superar esto, ha sido necesario compartir emociones que de otro modo se hubieran quedado archivadas.   

Y después de buscar llegó el momento de encontrar. Empezó con dudas. Filosofía vs matemáticas. Pensando, nos dimos cuenta que era más de lo mismo. Creatividad, con  números o con letras, qué más da. Pero ni los unos ni las otras. Todo acabó cuando encontraste la palabra. El teatro. Buscando has encontrado.  

Tengo la sensación de haber vivido varias vidas contigo. La vida con el niño risueño, bonachón y cariñoso de la infancia, la del introvertido y rebelde adolescente, y la del alegre entusiasta de la actualidad. No sé a cuál de ellos va dirigido esto. Bueno, si lo sé. A todos. Al que permanece ahí dentro, al que siempre ha sido, y al impermanente, al que cambia, al subversivo, el buscador.

Y finalizo como empecé, diciéndote lo mismo que le dije a tu hermano, porque eso que le dije a él sigue vigente contigo. Y es que me siento muy orgulloso de ser tu padre. Un orgullo que no se basa en tus logros, que también. Mi orgullo se fundamenta en lo que eres, un gran tipo, un tío capaz, leal, cariñoso, competente, atractivo en todos los aspectos de la vida.  Me hubiera gustado mucho estar el viernes contigo. Sé que es un día muy importante para ti, y para mi, pero no he encontrado la forma de hacerlo sin que me cueste un dineral, aunque creo que lo que vas a hacer vale lo que hubiera pagado. En fin, me conformaré con la retransmisión, los comentarios de la familia y los tuyos propios para poder imaginarlo. Mientras tanto trabaja como siempre lo has hecho y confía en tus cualidades, que son muchas. Para mí siempre triunfas. Eres un Superman.

No me gusta mucho la frase, pero te deseo MUCHA MIERDA para el viernes, y muchos besos para toda la vida.

Tu padre,




miércoles, 20 de octubre de 2021

LOS 30 DE ALVARO

 



Tal vez esta sea  la entrada al blog que más me va a costar escribir, y no porque no tenga cosas que decir, sino porque es complicado decírselas a un hijo.

Todos nos movemos bien cuando mantenemos conversaciones con ellos sobre temas triviales, hablamos con naturalidad y convicción de cualquier tema o situación, sea de los estudios, los amigos, la familia, el trabajo, e incluso de política. Pero la cosa se complica cuando hay que comunicar emociones, las suyas o las tuyas. No lo manejamos bien, es llegar ellas y patinamos.

Raramente miramos a los ojos a quien más queremos para decirle lo que sentimos. Lo damos todo por hecho, y lo sustituimos por “señales” que creemos fáciles de interpretar pero que en su mayor parte contienen códigos imposibles de descifrar. Claro que eso no pasa con todas las emociones, porque se nos da muy bien airear enfados, rabia, frustración y culpa hacia los demás, al tiempo que reprimimos agradecimientos o muestras de cariño y aceptación.  No sé qué aprendizajes estarán detrás de ese comportamiento, pero no resulta difícil imaginar que mucho tiene que ver una herencia que mezcla nuestra historia personal con la propia cultura.    

Hoy voy a hacer eso que raramente hacemos, y ese va a ser mi regalo de cumpleaños para Álvaro.  

“Hace treinta años yo también tenía la misma edad que tú cumples hoy. Tu madre y yo vivíamos en un pequeño apartamento, un edificio modesto en un barrio humilde de Madrid, en Carabanchel, donde tú nos elegiste para ser tus padres. Que suerte tuvimos. Allí estuvimos unos años hasta que nació tu hermano. Cuatro eran muchos para ese piso y decidimos irnos a Majadahonda, donde vives ahora. Recuerdo esos años con mucho cariño. Eras un bebé encantador, muy despierto y feliz, al menos eso reflejaba tu cara, bueno, también tu cara reflejaba los efectos de una dermatitis atópica muy molesta con la que te anticipé mi herencia. Hacías las delicias de toda la familia. Incluso las vecinas, tías de mamá, no dejaban pasar un solo día sin visitarte. Fue bonito aquello.   

De entonces hasta ahora han pasado muchas cosas, pero sólo una, responsabilidad mía, hubiera querido evitarte. La separación. Imagino que a estas alturas de la vida ya sabrás que las personas somos complejas, y tenemos comportamientos complejos, que a veces ni nosotros mismos somos capaces de entender del todo. Pero ahí están. Sé que sufriste mucho con ello, y como padre cuidador y protector que soy, me hubiera gustado mucho evitártelo. Esa sensación de culpa me ha acompañado hasta hace no mucho. Creo que todos ya lo hemos superado, y como en esta vida nada es absolutamente malo ni bueno, a cambio hay una persona más en tu vida que te quiere y a quien querer.

Ese suceso dividió mi vida contigo en dos partes. En las dos he querido estar presente. Espero haberlo conseguido en ambas.

Te quiero decir que he disfrutado mucho en tu compañía. Me encantaba ir al colegio por las tardes a buscarte a ti y a tu hermano, llevarte al futbol, o al teatro, o a los numerosos cumpleaños de tus amigos. Muchos de ellos son los mismos de ahora, y eso dice mucho de tí, de la fidelidad, generosidad y calidez con las que tratas a las personas. Esas son cosas muy tuyas.



Disfruté mucho, y lo hago aún ahora, de nuestra afición compartida, el futbol. Recuerdo con placer jugar contigo a unos tiros en la cancha de la urba, ir a verte jugar con el Rayo majariego los sábados por la mañana o acompañarnos en el sufrimiento con el glorioso en el Calderón.

Y es que la relación, tú pequeño y yo mayor, fue sencilla. Los roles estaban muy definidos. El tuyo era crecer, disfrutar y estudiar, y yo creo que lo hiciste perfecto, y el mío era estar ahí, proteger, educar, facilitar tu crecimiento, en definitiva. Espero no haber errado mucho en esa tarea.    

La segunda parte de nuestro partido fue más compleja. La separación física y la adolescencia combinan mal. Demasiadas cosas nuevas a las que adaptarse y muchas emociones poniéndolo todo patas arriba. Y ahí apareció tu madurez. Pusiste todo de tu parte para que cosas difíciles parecieran fáciles. Te doy las gracias por ello.

A partir de ahí, mi vida pasaba buscando y encontrando la estabilidad perdida, y la tuya transcurría en un particular partido de ida y vuelta, de perderse y de encontrarse. Lo hemos disfrutado y sufrido juntos. Pero si uno tiene la paciencia necesaria, y la cabeza en su sitio, todo acaba recolocándose. Y tú has tenido ambas. 

Cuando uno está confuso acude a aquello que le sustenta, a sus valores. Ya me referí antes a algunos de los que creo son tuyos. Ellos son como una autopista personal a la que siempre se vuelve después de haberse perdido unos kilómetros, o muchos, por carreteras secundarias, desconocidas, con curvas pronunciadas, donde es fácil estrellarse, pero que luego resultan ser las mejores para aprender a conducir.  

Y para el final he dejado mi expresión de orgullo por ser tu padre. Si, un orgullo que no se basa tanto en tus logros, por los estudios acabados, o por tus conocimientos adquiridos sobre cine y política, o por lo bien que escribes, ni siquiera por haber encontrado recientemente ese trabajo tan chulo, aunque también. Mi orgullo se fundamenta en lo que eres, en un gran tipo, una persona en la que se puede confiar, competente en todos los sentidos de la vida, y con una gran capacidad de amar. Me emocioné el otro día con el video de tu inesperado encuentro con ese amigo tuyo, mexicano, con el que comparto apodo, Pipe. Los hombres lloran, se abrazan, quieren. Tú me lo estas enseñando.”

 


¡¡FELIZ 30 CUMPLEAÑOS!!

TE QUIERO, M´HIJO (como dicen aquí)

miércoles, 8 de septiembre de 2021

OPORTUNIDADES

 

La solución es fijarnos metas que den significado a nuestra existencia, esto es, dedicarnos desinteresadamente a personas, grupos o causas.

Sumergirnos en el trabajo social, político, intelectual o artístico, y desear pasiones que nos impidan cerrarnos en nosotros mismos.

(Simone de Beauvoir)

 



Todos necesitamos ayuda. Unos más que otros.

Llevo prestando auxilio a los demás un largo tiempo. En un CAD, en la FAD y en Proyecto Hombre con drogodependientes, en “Con un Pie Fuera” bregué con maltratadores y el Telefono de la Esperanza me permitió tratar a personas en situación de crisis. Me he ido convirtiendo en algo parecido a un “voluntario profesional”, si es que esa figura existe. Y no lo hago por puro altruismo, no, porque yo cobro. Retribución emocional se llama. Cubiertas las necesidades económicas, esto me hace sentir bien, extremadamente bien.  

Hace unos días recibí un email de Eva, una antigua paciente. Un caso complejo. Padecía periodos de depresión profunda que se alternaban con periodos de euforia, de activación extrema. Estuvimos viéndonos durante más de un año, con muchos altibajos, breves ciclos de mejoría y continúas recaídas a la desesperanza.  Me adjuntaba una foto de su hija recién nacida. Nunca pensó que iba a llegar tan lejos, y me daba las gracias. Como si yo hubiera tenido algo que ver en su valentía. Nada más lejos de la realidad. Yo solo le señalé la pendiente que solo ella tuvo que subir.

He encontrado en esto más aprendizaje y satisfacción que inconvenientes, que también los ha habido. Enfrentarse a situaciones de este tipo no es sencillo. Las personas y los escenarios en que se mueven son complejos y requieren un acercamiento muy flexible, sin estereotipos, sin rigideces. Y un método.

Hace unas semanas, aquí en Quito, recaí en mi necesidad y comencé a colaborar con una ONG española que acoge a drogodependientes, mujeres maltratadas y niños abandonados de cualquier nacionalidad. Les ofrecen comida y alojamiento para cubrir lo básico, y trabajo y consuelo espiritual para sus males. Ya todos me conocéis y sabéis que voy justito de fervor religioso, pero yo les planteaba una alternativa distinta a las que ellos utilizan, y me abrieron los brazos.

Aquí y allí el sufrimiento es el mismo. Las personas se esconden de sus miedos en los mismos lugares, pero aquí lo hacen con menos medios y apoyos. Allí hay exceso de medicación, aquí brilla por su ausencia. El mono se pasa a pelo. Allí encontré frecuentes casos de sobreprotección, aquí de maltrato infantil. Allí es común que haya detrás una familia, aquí pocas veces la hay, y si acaso, son ellas; los hombres no suelen estar, y si están, muchas veces sobran.

Hay mucha necesidad, demasiada gente viviendo en las calles, pidiendo o vendiendo cosas inverosímiles en los semáforos, para obtener dos o tres dolaritos diarios con los que poder alimentar a la familia con una dieta a base de maíz, arroz, huevo, pollo y chancho. Lo de todos los días. 

Y hay muchas personas dañadas que no saben hacer ni eso y sucumben en los brazos de la primera que les guiña un ojo, se llame marihuana, perico, pepas, cocaína, base, el LSD o alcohol. Cada noche duermen con una, esperando que calmen su angustia, y solo algunos, muy pocos, consiguen abandonarlas con mucho sufrimiento, después de haber retozado con ellas durante años.  

  •   El padre de Hugo abandono a la familia cuando él era muy pequeño. Su madre buscó otro hombre que él no aceptó nunca. Su padrastro pegaba a su madre y su madre le pegaba a él, un círculo que no para y que siempre acaba igual.  No tiene recuerdos de la infancia, salvo que a los 8 años ya fumaba marihuana. Alternó la casa de la madre y la de otros familiares, pero nunca se encontró ni en un sitio ni en otro, hasta que la calle le dio una identidad. Durante años, pandillas, droga, mentiras y delincuencia han sido sus señas. 
  •    Luis Fernando entró en la droga por curiosidad. Su padre consumía delante de él y así aprendió, vicariamente. Después todo se le fue de las manos hasta que le echaron de casa. De su infancia habla mal, la paso en la calle o con los abuelos que le dejaban hacer lo que quería. Cinco años en la calle fueron demasiados. Nadie de su familia sabe que está aquí, reconciliándose con la vida. Tiene mucho miedo a volver.
  •   Jorge lleva unos años aquí. Tiene un rictus muy serio, poco expresivo y sumamente inhibido. Nunca ha consumido droga ni alcohol. Se fue de casa porque su padre le maltrataba y su madre no decía nada. El padre murió, y con ella no ha vuelto a hablar. Tampoco con ninguno de sus nueve hermanos. Pero él sigue pensando que le quieren. 
  •    A Alan su madre le abandono al nacer, le entrego a los brazos de un tío que lo crio. La bebida fue llenando sus vacíos. De los 8 a los 14 no paro, hasta que ya no pudo más. Lleva aquí unos años sin beber, sin vivir. 

Estos son algunos casos de verdad con nombres de mentira.  

Charlaba el otro día con un amigo de aquí sobre oportunidades. Sería ideal, pero utópico, que todos empezáramos la carrera con la misma mochila. Eso no pasa, ni pasará. Pero la diferencia de peso podemos compensarla de alguna manera los que vamos más ligeros. Yo he encontrado esta.

Y aún así, las personas siempre sorprenden. como Eva.

Mucha gente sobrevive dignamente con una caja de herramientas prácticamente vacía. Son capaces de clavar clavos sin martillo y atornillar sin destornillador. Otros menos hábiles dan martillazos a todo lo que encuentran porque es la única herramienta que tienen. Y hay muchos más favorecidos, que tienen hasta llave inglesa, pero no saben qué hacer con ella.


  

jueves, 19 de agosto de 2021

EXPECTATIVAS

 

Este fin de semana he aprendido algo que ya sabía pero que no siempre recuerdo. No es conveniente vivir lo que aún no ha llegado. Hay momentos futuros que nuestra cabeza se empeña en perfilar y colorear antes de que estos lleguen.

La semana pasada pinté el fin de semana próximo.

Íbamos a Puerto Lopez, una pequeña localidad en la costa del Pacifico, famosa porque en esta época, por lo que sea, las ballenas se acercan a sus aguas para cortejarse, aparearse y parir a sus crías.

Pinté un fin de semana muy especial, soleado, con horas de hamaca y playa, aguas templadas y la cámara de fotos muy cerca para captar coloridas instantáneas que compartir en redes. Me imagine probando la comida Manabí, a base de pescado y sabrosas salsas, y me imagine luciendo un sombrero panamá recién adquirido en Jipijapa. Todo muy placentero.

Pues, aparte de las ballenas que cumplieron con su programa de apariciones esporádicas y juegos sobre el agua, nada fue como esperaba.


Tres días sin un rayo de sol que echarse a la espalda, con una temperatura que pedía más una rebequita que un bañador, lluvia matinal que embarraba las calles de tierra, muy comunes en los pueblos de la costa, y una escasa oferta de comida Manabí. 

Solo llevaba unas horas en Puerto Lopez y ya había desaparecido el cuadro que había pintado con tanto esmero, para transformarse en un lienzo improvisado donde la realidad se dibuja con pinceles y colores que iba encontrando por el camino.  



El caso es que, a pesar de todo, el dibujo gastronómico no salió del todo mal. Bajo la premisa de comer siempre con platos de la zona, y ante la poco variada oferta de comida manabita, hicimos excepción a la regla y nos metimos en el único restaurante español de Puerto Lopez. “Sabor Español” se llamaba, y reunía todos los elementos de un “tipical spanish restaurant”, manteles de lunares, música flamenca, paella valenciana y sangría, esas cosas que acercan a guiris y autóctonos y alejan a hispanos. Pero comimos bien, uno de los mejores platos de pescado desde que comenzó esta aventura andina.  


Tenemos una teoría sobre esto, y es que aquí, en Ecuador, no gusta mucho el sabor del pescado y por eso lo rebozan, lo empanan o lo esconden bajo jugosas salsas. Los españoles no lo hicieron así y disfrutamos del sabor indisimulado de una corvina, que hacia unas pocas horas estaba nadando tranquila en las aguas del pacifico sin olerse la tostada.      

El resto del cuadro lo componen escenas costumbristas típicas de una pueblo de costa, barcas de pesca llegando a la lonja y mujeres limpiando pescado que curiosamente luego no forma parte de los menús de la zona;  una paleta de imágenes de vida humilde, pobre, a veces mezclada con cierta indolencia; y un brochazo de color por la visita a la comunidad ancestral de Agua Blanca, donde pudimos pasear acompañados de gallinas, cabras y  chanchos, y no bañarnos en la laguna de agua sulfurosa que en su momento le dio nombre al pueblo, y que ahora bien pudiera darle el de Agua Gris.

Camino de vuelta, cuando divisamos la “rotonda de la mazorca” supimos que habíamos llegado a uno de las paradas programadas, Jipijapa, cuna, según dice la red, de los famosos sombreros de toquilla.



Pero de nuevo lo que esperas no coincide con lo que encuentras.   

Los famosos sombreros Panamá, que no son de Panamá, que son de Jipijapa, ahora tampoco son de allí. Ni se hacen, si se venden. Si quieres uno hay que ir a Montecristi, otro lugar de la zona. En Jipijapa solo pudimos “disfrutar” contemplando el curioso monumento al sombrero que adorna la plaza central de la ciudad, porque salvo eso, allí ya no queda ni rastro de él.



Sorprendente. Pero para lo bueno y para lo malo, esto es Ecuador. No se parece a nada que puedas crear antes en tu cabeza. Hay que dejarse llevar y disfrutar improvisando.  

lunes, 2 de agosto de 2021

Camino al Quilotoa

 

Cuando supe que nuestro alojamiento estaba situado a 14 kilómetros de la laguna que era nuestro destino de fin de semana, pensé que no era una gran distancia para recorrer en coche. Pero no tuve en cuenta que estamos en Ecuador y aquí las cosas no son fáciles. Para conseguir el objetivo hay que currárselo mucho.



Se nos hizo de noche por el camino incumpliendo una de las normas que te repiten hasta la saciedad cuando viajas por Latinoamérica: “no viajes cuando se va la luz del día”.  Para complicar un poco la cosa, cuando presumíamos que ya estábamos llegando, el navegador nos metió por un camino de tierra, piedras y curvas, muchas curvas. Pensé que estábamos siendo víctimas de un algoritmo maligno de google, una equivocación de esas que a veces son noticia y que acabaríamos en un carril sin fin en medio de los Andes. Pero no, después de 14 km, y una hora de polvo y baches, llegamos al poblado de Isinliví, donde estaba nuestro hotel LluLlu Llama (Pequeña Llama, en ketchua). Un establecimiento muy acogedor con cabañas repartidas por verdes laderas y unos encargados de lo más agradable. Esto es algo que pasa mucho aquí, cuando aparentemente ya no esperas nada, encuentras el oasis. No es la primera vez, ni será la última. 

 



La primera cosa que me llega a la cabeza es preguntar a quien se le ocurre hacer un alojamiento de este tipo, en un pequeño pueblo indígena, en medio de los Andes al que solo se llega después de un tortuoso camino de tierra, que seguro estará impracticable en época de lluvia. Incompresible, pero funciona. Hay gente para todo. El alojamiento estaba lleno, casi todos europeos, casi todos mochileros. Y no me extraña porque las posibilidades del ecoturismo aquí son infinitas.

Preguntando, te enteras que este hotel, fruto de una unión ecuatoriano-holandesa, puede ser el punto de partida de una ruta senderista de tres días que transcurre por los pueblos de Sigchos, Chugchiclan y Quilotoa como destino final.  No es mal plan.  Es como un pequeño Camino de Santiago que acaba en un cráter en vez de en una catedral.  Cada uno enseña lo que tiene.  

Y si por lo que sea no quieres ir andando y además no tienes carro, solo sales o entras de aquí con un taxi o aprovechando el “milk truck” que pasa todas las mañanas por allí haciendo acopio de las pequeñas producciones de leche de las explotaciones familiares. Te subes a él y por “un dolarito” puedes disfrutar del traqueteo del camino y de las sucesivas paradas del camión para recoger los baldes de leche hasta llegar a Sigchos.  Desde allí puedes ir donde quieras. Eso ya es civilización.




Cuando llegas a la laguna, y justo después de que se te quite la cara de asombro por la belleza del lugar, te das cuenta que allí, en Quilotoa, las cosas funcionan de otra manera, a la forma indígena. Ellos tienen sus propias reglas, las de la Comunidad. Por lo pronto pagas “2 dolaritos” sólo por pasar al pueblo y otros 10 si tienes idea de bajar al cráter del volcán, no te quedan fuerzas y equilibrio como para subir los dos kilómetros de empinada y arenosa cuesta y prefieres que una mula haga tu trabajo.



Todo esto que en nuestro mundo lo gestionaría una empresa, aquí lo hace “una minga”, que es como llaman aquí al trabajo comunitario. Y obviamente, todo ese dinero, que no es poco a lo largo del día, revierte a la Comunidad que lo emplea en mantener y mejorar el poblado y a la población. O esa es la teoría. 


                          


Pero de los indígenas y de su mundo hablaré en otra entrada del blog, que eso “tiene miga”.  

sábado, 19 de junio de 2021

AS TIME GOES BY

 

«Debes recordar esto

un beso es sólo un beso, un suspiro es sólo un suspiro.

Las cosas esenciales suceden,

a medida que pasa el tiempo»


Si, es cierto, este es el título y parte de la letra de la famosa canción que a todos nos suena por ser la banda sonora de la película Casablanca, la de “tócala otra vez Sam”, que cantaba Dooley Wilson, aunque yo prefiero una versión más actual, la de la de la voz melosa y elegante de Brian Ferry. Mi época juvenil estuvo marcada por las canciones de Roxy Music y eso influye, digo yo.

En el tiempo que ha pasado desde mi última publicación ha habido besos, ha habido suspiros y han pasado cosas esenciales.

Ha pasado que el Atleti, el glorioso, ganó la liga española. Ya tiene 11 títulos, que no son pocos, pero tampoco muchos si los comparamos con los de “los insaciables”.




Me hice del Atleti muy pronto. Tenía muy pocos años, podrían ser 5 o 6, cuando mi padre apareció en casa con tres camisetas rojiblancas, una para cada uno de mis hermanos.  “Os he comprado estas camisetas de dos colores porque el blanco se ensucia mucho” (se refería al color merengue que representa al otro equipo de la ciudad donde vivíamos). Nos ocultó en ese momento que seguir a los colchoneros era garantía de un sufrimiento infinito. Pensaría que hacer a sus hijos del Atleti les endurecería la piel, y les haría más llevadera una vida en la que el sufrimiento es cotidiano. Al menos para él lo fue. El caso es que gane o pierda nada es fácil en este equipo, al que ya sin remedio seré fiel de por vida.

Ha pasado que ya estoy vacunado. Y no ha sido fácil.  

Aquí la situación ahora no es buena, contagios disparados, hospitales colapsados, y escasez de medicamentos y vacunas. Los que pueden, que no son muchos, viajan a EEUU a buscar el antídoto.  Nosotros por suerte somos de esos y organizamos con tiempo un viaje a Puerto Rico. Teníamos la promesa de unos muy buenos amigos de allí que habría dos vacunas con nombre y apellidos para nosotros.  

Casi no habíamos bajado del avión y ya teníamos la banderilla en el brazo. Un equipo del US Army lo organizaba todo en un recinto preparado para 200 personas en las que sólo había 2 (ella y yo). Todo fue rápido e indoloro. Y sorprendente. Porque sorprende que haya países donde está vacunado todo el que quiere, y no quieren todos, mientras en otros únicamente se vacuna el que puede, cuando todos quieren. Y no parece que hayamos encontrado solución para esto.     

Ha pasado que ya de vuelta hemos pasado por Miami y paseado por la beach más famosa de las pelis americanas.



Es curiosa esta ciudad, al menos lo poco que hemos visto, que calca lo que ya habíamos visto en cine y televisión. Un maravilloso escenario art decó ocupado en su mayoría por latinos y afroamericanos, que lo mismo conducen un uber, te sirven una pizza o se exhiben sin pudor en la playa, que se dejan ver por las calles de South Beach en un haiga descapotable, de esos que te hacen girar la cabeza, por lo ostentoso del carro, y por el volumen de la música rap que te devuelve su emisora. 

Y ha pasado que, al volver, Quito nos recibe con tonos grises de nubes y lluvia.

 Pero he aprendido que: 

«Un día gris y nublado es tan sólo un día gris, con nubes. 

Un día de lluvia es sólo un día que llueve. 

Y lo significativo sucede en los espacios que hay entre claros, nubes y lluvia. 

A medida que pasa el tiempo»

 

¡VACUNAS PARA TODOS!