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miércoles, 25 de noviembre de 2020

EL PRECIO

 

Qué raro resulta acompañar los partidos del Atleti con café con leche y tostada, y no con cerveza y aceitunas como dice el protocolo. Llamadme tradicional, pero hay cosas a las que cuesta adaptarse.

Cuesta adaptarse, y mucho, a tener lejos a las personas que quieres. No soy una persona muy de apegos, pero a ratos se me pasa y querría darles a todos, todos los abrazos y besos que ahora no se pueden dar, ni siquiera allí.

Cuesta adaptarse a estar en noviembre y tener la misma precaución climática que en julio, cuando llegamos, “llevar siempre una chompa, por si refresca”. 

Cuesta adaptarse a la altitud. Pasar de 0 a 3000 es un gran salto, y una gran perdida, de oxígeno. No te preocupes, te dicen, que tu cuerpo aumenta el número de glóbulos rojos y eso te hará más fuerte para cuando vuelvas. ¡Ya!, sí, pero mientras tanto, mueres en las numerosas cuestas de la ciudad.  

Y tampoco me adapto a la pobreza. Hay mucha gente pidiendo por aquí. La pandemia ha hecho más pobres a los que ya lo eran, y eso no es solo un titular. Aquí no hay ERTE, ni paro, ni nada que amortigüe el golpe económico. Bares, discotecas, hoteles, gimnasios, y colegios siguen cerrados después de 9 meses, y empleados y profesores despedidos. Sin opciones.  

Mucho ecuatoriano, indígena o no, y muchos venezolanos pueblan los semáforos, que se han convertido en el hábitat cotidiano de muchas familias. Allí venden, piden limosna, comen, crían a sus hijos, utilizan a los pequeños para sensibilizar aún más a los que algo tienen, y descansan, hasta que la noche los lleva a no sé dónde. Imagino que los parques serán su destino.  Venden cualquier cosa, bolsas de naranjas, aguacates, papas, helados, caramelos, cuentos, limpian parabrisas sucios o limpios, hacen malabares, y hasta en grupo, salsean durante el corto espacio entre semáforos.

Habléde venezolanos, si, y es que hay muchos por aquí, y por allá, y por el resto del mundo. A uno le parece increíble que gente de un país rico, a los que hemos conocido y disfrutado en otra época por su alegría y alto poder adquisitivo, ahora se vean obligados a emigrar a países “pobres”, como Ecuador. Pero así está la cosa. Aquí, como en otros países hacia otros gentilicios, se está generando una creciente actitud de hostilidad hacia “los venezolanos” que quitan puestos de trabajo y generan inseguridad, en una ciudad que se vanagloria de ser de las más seguras de América Latina. Resolver todo esto no parece una tarea fácil. Tal vez, desde dentro y desde fuera, debieran hacerse cosas distintas. Haciendo siempre lo mismo se obtienen los mismos resultados: que sigan sufriendo los mismos los que siempre han sufrido. Algo debe madurar.

Cuesta adaptarse, y, sin embargo, aquí estamos, adaptados, aunque todo tiene un precio.

jueves, 5 de noviembre de 2020

BAILEMOS


El otro día temblamos por primera vez desde que estamos en Quito. Lo ha provocado un pequeño movimiento sísmico con epicentro a unos 30 kilómetros de aquí, que no ha pasado desapercibido. Ha sido a la hora del desayuno. El edificio ha comenzado a oscilar, y esta palabra no está elegida al azar, durante 30 segundos que se han hecho muy largos. El agua de un pequeño depósito que tenemos en la cocina formaba pequeñas olas que iban de un lado a otro, mientras un flamenco de escayola que pende de una pequeña vara metálica, se desplazaba de un lado a otro simulando iniciar el vuelo.


Ya nos habían avisado. Tened cuidado al elegir vuestra vivienda, cuanto más alto, más tiemblas. Todos los edificios de por aquí lo saben, se adaptan, y bailan cuando empieza la música. Si se quedan quietos es mucho peor, la rigidez nunca ha sido buena, para nada.  Nos dijeron que en estos casos lo mejor es subir a la azotea, allí el baile es más movido, pero nada sobrevuela tus cabezas.  

Es normal que esto pase en un lugar que se denomina “La Avenida de los Volcanes”, donde vivimos. Y no es una calle de la ciudad, no, es el nombre del corredor andino que atraviesa Ecuador donde se encuentran, nada más y nada menos, que 44 volcanes, de los que 15 permanecen activos.

Cotopaxi, Chimborazo, Tungurahua, Imbabura, Cotacachi, Cayambe, Antisana, o el más cercano y famoso Pichincha, son alguno de sus nombres. Los indígenas les bautizan además con otros nombres, a los que les añaden apellidos, género, y numerosas leyendas, que aún hoy están vigentes. Es su manera de acercarse a ellos, de humanizarlos y hacerlos más comprensibles.  

Así, cuando en algunos lugares de la provincia del Chimborazo se sienten y escuchan los bramidos del volcán Tungurahua, la abuela les dice a sus nietecitos que no hay tener miedo al volcán, “mi mamacita decía que la Mama Tungurahua es la mujer del Taita Chimborazo, que es un bandido como todos los hombres. Entonces, cuando el Chimborazo está coqueto, la Mama se pone celosa, y es por eso que la tierra tiembla”. Todo muy sencillo y fácil de comprender. 

"Todo lo que resistes, persiste, y lo que aceptas, te transforma" (Carl Jung).