Qué raro resulta acompañar los partidos del Atleti con café
con leche y tostada, y no con cerveza y aceitunas como dice el protocolo. Llamadme
tradicional, pero hay cosas a las que cuesta adaptarse.
Cuesta adaptarse, y mucho, a tener lejos a las personas que
quieres. No soy una persona muy de apegos, pero a ratos se me pasa y querría
darles a todos, todos los abrazos y besos que ahora no se pueden dar, ni
siquiera allí.
Cuesta adaptarse a estar en noviembre y tener la misma
precaución climática que en julio, cuando llegamos, “llevar siempre una chompa, por si refresca”.
Cuesta adaptarse a la altitud. Pasar de 0 a 3000 es un gran
salto, y una gran perdida, de oxígeno. No te preocupes, te dicen, que tu cuerpo
aumenta el número de glóbulos rojos y eso te hará más fuerte para cuando
vuelvas. ¡Ya!, sí, pero mientras tanto, mueres en las numerosas cuestas de la
ciudad.
Y tampoco me adapto a la pobreza. Hay mucha gente
pidiendo por aquí. La pandemia ha hecho más pobres a los que ya lo eran, y eso
no es solo un titular. Aquí no hay ERTE, ni paro, ni nada que amortigüe el
golpe económico. Bares, discotecas, hoteles, gimnasios, y colegios siguen
cerrados después de 9 meses, y empleados y profesores despedidos. Sin opciones.
Mucho ecuatoriano, indígena o no, y muchos venezolanos
pueblan los semáforos, que se han convertido en el hábitat cotidiano de muchas
familias. Allí venden, piden limosna, comen, crían a sus hijos, utilizan a los
pequeños para sensibilizar aún más a los que algo tienen, y descansan, hasta
que la noche los lleva a no sé dónde. Imagino que los parques serán su
destino. Venden cualquier cosa, bolsas
de naranjas, aguacates, papas, helados, caramelos, cuentos, limpian parabrisas
sucios o limpios, hacen malabares, y hasta en grupo, salsean durante el corto
espacio entre semáforos.
Habléde venezolanos, si, y es que hay muchos por aquí, y
por allá, y por el resto del mundo. A uno le parece increíble que gente de un
país rico, a los que hemos conocido y disfrutado en otra época por su alegría y
alto poder adquisitivo, ahora se vean obligados a emigrar a países “pobres”,
como Ecuador. Pero así está la cosa. Aquí, como en otros países hacia otros
gentilicios, se está generando una creciente actitud de hostilidad hacia “los
venezolanos” que quitan puestos de trabajo y generan inseguridad, en una ciudad
que se vanagloria de ser de las más seguras de América Latina. Resolver todo
esto no parece una tarea fácil. Tal vez, desde dentro y desde fuera, debieran
hacerse cosas distintas. Haciendo siempre lo mismo se obtienen los mismos resultados:
que sigan sufriendo los mismos los que siempre han sufrido. Algo debe madurar.
Cuesta adaptarse, y, sin embargo, aquí estamos, adaptados, aunque todo tiene un precio.
Muy bien Felipe, tu primera entrada
ResponderEliminarGracias,
ResponderEliminar