REDES SOCIALES

miércoles, 20 de octubre de 2021

LOS 30 DE ALVARO

 



Tal vez esta sea  la entrada al blog que más me va a costar escribir, y no porque no tenga cosas que decir, sino porque es complicado decírselas a un hijo.

Todos nos movemos bien cuando mantenemos conversaciones con ellos sobre temas triviales, hablamos con naturalidad y convicción de cualquier tema o situación, sea de los estudios, los amigos, la familia, el trabajo, e incluso de política. Pero la cosa se complica cuando hay que comunicar emociones, las suyas o las tuyas. No lo manejamos bien, es llegar ellas y patinamos.

Raramente miramos a los ojos a quien más queremos para decirle lo que sentimos. Lo damos todo por hecho, y lo sustituimos por “señales” que creemos fáciles de interpretar pero que en su mayor parte contienen códigos imposibles de descifrar. Claro que eso no pasa con todas las emociones, porque se nos da muy bien airear enfados, rabia, frustración y culpa hacia los demás, al tiempo que reprimimos agradecimientos o muestras de cariño y aceptación.  No sé qué aprendizajes estarán detrás de ese comportamiento, pero no resulta difícil imaginar que mucho tiene que ver una herencia que mezcla nuestra historia personal con la propia cultura.    

Hoy voy a hacer eso que raramente hacemos, y ese va a ser mi regalo de cumpleaños para Álvaro.  

“Hace treinta años yo también tenía la misma edad que tú cumples hoy. Tu madre y yo vivíamos en un pequeño apartamento, un edificio modesto en un barrio humilde de Madrid, en Carabanchel, donde tú nos elegiste para ser tus padres. Que suerte tuvimos. Allí estuvimos unos años hasta que nació tu hermano. Cuatro eran muchos para ese piso y decidimos irnos a Majadahonda, donde vives ahora. Recuerdo esos años con mucho cariño. Eras un bebé encantador, muy despierto y feliz, al menos eso reflejaba tu cara, bueno, también tu cara reflejaba los efectos de una dermatitis atópica muy molesta con la que te anticipé mi herencia. Hacías las delicias de toda la familia. Incluso las vecinas, tías de mamá, no dejaban pasar un solo día sin visitarte. Fue bonito aquello.   

De entonces hasta ahora han pasado muchas cosas, pero sólo una, responsabilidad mía, hubiera querido evitarte. La separación. Imagino que a estas alturas de la vida ya sabrás que las personas somos complejas, y tenemos comportamientos complejos, que a veces ni nosotros mismos somos capaces de entender del todo. Pero ahí están. Sé que sufriste mucho con ello, y como padre cuidador y protector que soy, me hubiera gustado mucho evitártelo. Esa sensación de culpa me ha acompañado hasta hace no mucho. Creo que todos ya lo hemos superado, y como en esta vida nada es absolutamente malo ni bueno, a cambio hay una persona más en tu vida que te quiere y a quien querer.

Ese suceso dividió mi vida contigo en dos partes. En las dos he querido estar presente. Espero haberlo conseguido en ambas.

Te quiero decir que he disfrutado mucho en tu compañía. Me encantaba ir al colegio por las tardes a buscarte a ti y a tu hermano, llevarte al futbol, o al teatro, o a los numerosos cumpleaños de tus amigos. Muchos de ellos son los mismos de ahora, y eso dice mucho de tí, de la fidelidad, generosidad y calidez con las que tratas a las personas. Esas son cosas muy tuyas.



Disfruté mucho, y lo hago aún ahora, de nuestra afición compartida, el futbol. Recuerdo con placer jugar contigo a unos tiros en la cancha de la urba, ir a verte jugar con el Rayo majariego los sábados por la mañana o acompañarnos en el sufrimiento con el glorioso en el Calderón.

Y es que la relación, tú pequeño y yo mayor, fue sencilla. Los roles estaban muy definidos. El tuyo era crecer, disfrutar y estudiar, y yo creo que lo hiciste perfecto, y el mío era estar ahí, proteger, educar, facilitar tu crecimiento, en definitiva. Espero no haber errado mucho en esa tarea.    

La segunda parte de nuestro partido fue más compleja. La separación física y la adolescencia combinan mal. Demasiadas cosas nuevas a las que adaptarse y muchas emociones poniéndolo todo patas arriba. Y ahí apareció tu madurez. Pusiste todo de tu parte para que cosas difíciles parecieran fáciles. Te doy las gracias por ello.

A partir de ahí, mi vida pasaba buscando y encontrando la estabilidad perdida, y la tuya transcurría en un particular partido de ida y vuelta, de perderse y de encontrarse. Lo hemos disfrutado y sufrido juntos. Pero si uno tiene la paciencia necesaria, y la cabeza en su sitio, todo acaba recolocándose. Y tú has tenido ambas. 

Cuando uno está confuso acude a aquello que le sustenta, a sus valores. Ya me referí antes a algunos de los que creo son tuyos. Ellos son como una autopista personal a la que siempre se vuelve después de haberse perdido unos kilómetros, o muchos, por carreteras secundarias, desconocidas, con curvas pronunciadas, donde es fácil estrellarse, pero que luego resultan ser las mejores para aprender a conducir.  

Y para el final he dejado mi expresión de orgullo por ser tu padre. Si, un orgullo que no se basa tanto en tus logros, por los estudios acabados, o por tus conocimientos adquiridos sobre cine y política, o por lo bien que escribes, ni siquiera por haber encontrado recientemente ese trabajo tan chulo, aunque también. Mi orgullo se fundamenta en lo que eres, en un gran tipo, una persona en la que se puede confiar, competente en todos los sentidos de la vida, y con una gran capacidad de amar. Me emocioné el otro día con el video de tu inesperado encuentro con ese amigo tuyo, mexicano, con el que comparto apodo, Pipe. Los hombres lloran, se abrazan, quieren. Tú me lo estas enseñando.”

 


¡¡FELIZ 30 CUMPLEAÑOS!!

TE QUIERO, M´HIJO (como dicen aquí)

miércoles, 8 de septiembre de 2021

OPORTUNIDADES

 

La solución es fijarnos metas que den significado a nuestra existencia, esto es, dedicarnos desinteresadamente a personas, grupos o causas.

Sumergirnos en el trabajo social, político, intelectual o artístico, y desear pasiones que nos impidan cerrarnos en nosotros mismos.

(Simone de Beauvoir)

 



Todos necesitamos ayuda. Unos más que otros.

Llevo prestando auxilio a los demás un largo tiempo. En un CAD, en la FAD y en Proyecto Hombre con drogodependientes, en “Con un Pie Fuera” bregué con maltratadores y el Telefono de la Esperanza me permitió tratar a personas en situación de crisis. Me he ido convirtiendo en algo parecido a un “voluntario profesional”, si es que esa figura existe. Y no lo hago por puro altruismo, no, porque yo cobro. Retribución emocional se llama. Cubiertas las necesidades económicas, esto me hace sentir bien, extremadamente bien.  

Hace unos días recibí un email de Eva, una antigua paciente. Un caso complejo. Padecía periodos de depresión profunda que se alternaban con periodos de euforia, de activación extrema. Estuvimos viéndonos durante más de un año, con muchos altibajos, breves ciclos de mejoría y continúas recaídas a la desesperanza.  Me adjuntaba una foto de su hija recién nacida. Nunca pensó que iba a llegar tan lejos, y me daba las gracias. Como si yo hubiera tenido algo que ver en su valentía. Nada más lejos de la realidad. Yo solo le señalé la pendiente que solo ella tuvo que subir.

He encontrado en esto más aprendizaje y satisfacción que inconvenientes, que también los ha habido. Enfrentarse a situaciones de este tipo no es sencillo. Las personas y los escenarios en que se mueven son complejos y requieren un acercamiento muy flexible, sin estereotipos, sin rigideces. Y un método.

Hace unas semanas, aquí en Quito, recaí en mi necesidad y comencé a colaborar con una ONG española que acoge a drogodependientes, mujeres maltratadas y niños abandonados de cualquier nacionalidad. Les ofrecen comida y alojamiento para cubrir lo básico, y trabajo y consuelo espiritual para sus males. Ya todos me conocéis y sabéis que voy justito de fervor religioso, pero yo les planteaba una alternativa distinta a las que ellos utilizan, y me abrieron los brazos.

Aquí y allí el sufrimiento es el mismo. Las personas se esconden de sus miedos en los mismos lugares, pero aquí lo hacen con menos medios y apoyos. Allí hay exceso de medicación, aquí brilla por su ausencia. El mono se pasa a pelo. Allí encontré frecuentes casos de sobreprotección, aquí de maltrato infantil. Allí es común que haya detrás una familia, aquí pocas veces la hay, y si acaso, son ellas; los hombres no suelen estar, y si están, muchas veces sobran.

Hay mucha necesidad, demasiada gente viviendo en las calles, pidiendo o vendiendo cosas inverosímiles en los semáforos, para obtener dos o tres dolaritos diarios con los que poder alimentar a la familia con una dieta a base de maíz, arroz, huevo, pollo y chancho. Lo de todos los días. 

Y hay muchas personas dañadas que no saben hacer ni eso y sucumben en los brazos de la primera que les guiña un ojo, se llame marihuana, perico, pepas, cocaína, base, el LSD o alcohol. Cada noche duermen con una, esperando que calmen su angustia, y solo algunos, muy pocos, consiguen abandonarlas con mucho sufrimiento, después de haber retozado con ellas durante años.  

  •   El padre de Hugo abandono a la familia cuando él era muy pequeño. Su madre buscó otro hombre que él no aceptó nunca. Su padrastro pegaba a su madre y su madre le pegaba a él, un círculo que no para y que siempre acaba igual.  No tiene recuerdos de la infancia, salvo que a los 8 años ya fumaba marihuana. Alternó la casa de la madre y la de otros familiares, pero nunca se encontró ni en un sitio ni en otro, hasta que la calle le dio una identidad. Durante años, pandillas, droga, mentiras y delincuencia han sido sus señas. 
  •    Luis Fernando entró en la droga por curiosidad. Su padre consumía delante de él y así aprendió, vicariamente. Después todo se le fue de las manos hasta que le echaron de casa. De su infancia habla mal, la paso en la calle o con los abuelos que le dejaban hacer lo que quería. Cinco años en la calle fueron demasiados. Nadie de su familia sabe que está aquí, reconciliándose con la vida. Tiene mucho miedo a volver.
  •   Jorge lleva unos años aquí. Tiene un rictus muy serio, poco expresivo y sumamente inhibido. Nunca ha consumido droga ni alcohol. Se fue de casa porque su padre le maltrataba y su madre no decía nada. El padre murió, y con ella no ha vuelto a hablar. Tampoco con ninguno de sus nueve hermanos. Pero él sigue pensando que le quieren. 
  •    A Alan su madre le abandono al nacer, le entrego a los brazos de un tío que lo crio. La bebida fue llenando sus vacíos. De los 8 a los 14 no paro, hasta que ya no pudo más. Lleva aquí unos años sin beber, sin vivir. 

Estos son algunos casos de verdad con nombres de mentira.  

Charlaba el otro día con un amigo de aquí sobre oportunidades. Sería ideal, pero utópico, que todos empezáramos la carrera con la misma mochila. Eso no pasa, ni pasará. Pero la diferencia de peso podemos compensarla de alguna manera los que vamos más ligeros. Yo he encontrado esta.

Y aún así, las personas siempre sorprenden. como Eva.

Mucha gente sobrevive dignamente con una caja de herramientas prácticamente vacía. Son capaces de clavar clavos sin martillo y atornillar sin destornillador. Otros menos hábiles dan martillazos a todo lo que encuentran porque es la única herramienta que tienen. Y hay muchos más favorecidos, que tienen hasta llave inglesa, pero no saben qué hacer con ella.


  

jueves, 19 de agosto de 2021

EXPECTATIVAS

 

Este fin de semana he aprendido algo que ya sabía pero que no siempre recuerdo. No es conveniente vivir lo que aún no ha llegado. Hay momentos futuros que nuestra cabeza se empeña en perfilar y colorear antes de que estos lleguen.

La semana pasada pinté el fin de semana próximo.

Íbamos a Puerto Lopez, una pequeña localidad en la costa del Pacifico, famosa porque en esta época, por lo que sea, las ballenas se acercan a sus aguas para cortejarse, aparearse y parir a sus crías.

Pinté un fin de semana muy especial, soleado, con horas de hamaca y playa, aguas templadas y la cámara de fotos muy cerca para captar coloridas instantáneas que compartir en redes. Me imagine probando la comida Manabí, a base de pescado y sabrosas salsas, y me imagine luciendo un sombrero panamá recién adquirido en Jipijapa. Todo muy placentero.

Pues, aparte de las ballenas que cumplieron con su programa de apariciones esporádicas y juegos sobre el agua, nada fue como esperaba.


Tres días sin un rayo de sol que echarse a la espalda, con una temperatura que pedía más una rebequita que un bañador, lluvia matinal que embarraba las calles de tierra, muy comunes en los pueblos de la costa, y una escasa oferta de comida Manabí. 

Solo llevaba unas horas en Puerto Lopez y ya había desaparecido el cuadro que había pintado con tanto esmero, para transformarse en un lienzo improvisado donde la realidad se dibuja con pinceles y colores que iba encontrando por el camino.  



El caso es que, a pesar de todo, el dibujo gastronómico no salió del todo mal. Bajo la premisa de comer siempre con platos de la zona, y ante la poco variada oferta de comida manabita, hicimos excepción a la regla y nos metimos en el único restaurante español de Puerto Lopez. “Sabor Español” se llamaba, y reunía todos los elementos de un “tipical spanish restaurant”, manteles de lunares, música flamenca, paella valenciana y sangría, esas cosas que acercan a guiris y autóctonos y alejan a hispanos. Pero comimos bien, uno de los mejores platos de pescado desde que comenzó esta aventura andina.  


Tenemos una teoría sobre esto, y es que aquí, en Ecuador, no gusta mucho el sabor del pescado y por eso lo rebozan, lo empanan o lo esconden bajo jugosas salsas. Los españoles no lo hicieron así y disfrutamos del sabor indisimulado de una corvina, que hacia unas pocas horas estaba nadando tranquila en las aguas del pacifico sin olerse la tostada.      

El resto del cuadro lo componen escenas costumbristas típicas de una pueblo de costa, barcas de pesca llegando a la lonja y mujeres limpiando pescado que curiosamente luego no forma parte de los menús de la zona;  una paleta de imágenes de vida humilde, pobre, a veces mezclada con cierta indolencia; y un brochazo de color por la visita a la comunidad ancestral de Agua Blanca, donde pudimos pasear acompañados de gallinas, cabras y  chanchos, y no bañarnos en la laguna de agua sulfurosa que en su momento le dio nombre al pueblo, y que ahora bien pudiera darle el de Agua Gris.

Camino de vuelta, cuando divisamos la “rotonda de la mazorca” supimos que habíamos llegado a uno de las paradas programadas, Jipijapa, cuna, según dice la red, de los famosos sombreros de toquilla.



Pero de nuevo lo que esperas no coincide con lo que encuentras.   

Los famosos sombreros Panamá, que no son de Panamá, que son de Jipijapa, ahora tampoco son de allí. Ni se hacen, si se venden. Si quieres uno hay que ir a Montecristi, otro lugar de la zona. En Jipijapa solo pudimos “disfrutar” contemplando el curioso monumento al sombrero que adorna la plaza central de la ciudad, porque salvo eso, allí ya no queda ni rastro de él.



Sorprendente. Pero para lo bueno y para lo malo, esto es Ecuador. No se parece a nada que puedas crear antes en tu cabeza. Hay que dejarse llevar y disfrutar improvisando.  

lunes, 2 de agosto de 2021

Camino al Quilotoa

 

Cuando supe que nuestro alojamiento estaba situado a 14 kilómetros de la laguna que era nuestro destino de fin de semana, pensé que no era una gran distancia para recorrer en coche. Pero no tuve en cuenta que estamos en Ecuador y aquí las cosas no son fáciles. Para conseguir el objetivo hay que currárselo mucho.



Se nos hizo de noche por el camino incumpliendo una de las normas que te repiten hasta la saciedad cuando viajas por Latinoamérica: “no viajes cuando se va la luz del día”.  Para complicar un poco la cosa, cuando presumíamos que ya estábamos llegando, el navegador nos metió por un camino de tierra, piedras y curvas, muchas curvas. Pensé que estábamos siendo víctimas de un algoritmo maligno de google, una equivocación de esas que a veces son noticia y que acabaríamos en un carril sin fin en medio de los Andes. Pero no, después de 14 km, y una hora de polvo y baches, llegamos al poblado de Isinliví, donde estaba nuestro hotel LluLlu Llama (Pequeña Llama, en ketchua). Un establecimiento muy acogedor con cabañas repartidas por verdes laderas y unos encargados de lo más agradable. Esto es algo que pasa mucho aquí, cuando aparentemente ya no esperas nada, encuentras el oasis. No es la primera vez, ni será la última. 

 



La primera cosa que me llega a la cabeza es preguntar a quien se le ocurre hacer un alojamiento de este tipo, en un pequeño pueblo indígena, en medio de los Andes al que solo se llega después de un tortuoso camino de tierra, que seguro estará impracticable en época de lluvia. Incompresible, pero funciona. Hay gente para todo. El alojamiento estaba lleno, casi todos europeos, casi todos mochileros. Y no me extraña porque las posibilidades del ecoturismo aquí son infinitas.

Preguntando, te enteras que este hotel, fruto de una unión ecuatoriano-holandesa, puede ser el punto de partida de una ruta senderista de tres días que transcurre por los pueblos de Sigchos, Chugchiclan y Quilotoa como destino final.  No es mal plan.  Es como un pequeño Camino de Santiago que acaba en un cráter en vez de en una catedral.  Cada uno enseña lo que tiene.  

Y si por lo que sea no quieres ir andando y además no tienes carro, solo sales o entras de aquí con un taxi o aprovechando el “milk truck” que pasa todas las mañanas por allí haciendo acopio de las pequeñas producciones de leche de las explotaciones familiares. Te subes a él y por “un dolarito” puedes disfrutar del traqueteo del camino y de las sucesivas paradas del camión para recoger los baldes de leche hasta llegar a Sigchos.  Desde allí puedes ir donde quieras. Eso ya es civilización.




Cuando llegas a la laguna, y justo después de que se te quite la cara de asombro por la belleza del lugar, te das cuenta que allí, en Quilotoa, las cosas funcionan de otra manera, a la forma indígena. Ellos tienen sus propias reglas, las de la Comunidad. Por lo pronto pagas “2 dolaritos” sólo por pasar al pueblo y otros 10 si tienes idea de bajar al cráter del volcán, no te quedan fuerzas y equilibrio como para subir los dos kilómetros de empinada y arenosa cuesta y prefieres que una mula haga tu trabajo.



Todo esto que en nuestro mundo lo gestionaría una empresa, aquí lo hace “una minga”, que es como llaman aquí al trabajo comunitario. Y obviamente, todo ese dinero, que no es poco a lo largo del día, revierte a la Comunidad que lo emplea en mantener y mejorar el poblado y a la población. O esa es la teoría. 


                          


Pero de los indígenas y de su mundo hablaré en otra entrada del blog, que eso “tiene miga”.  

sábado, 19 de junio de 2021

AS TIME GOES BY

 

«Debes recordar esto

un beso es sólo un beso, un suspiro es sólo un suspiro.

Las cosas esenciales suceden,

a medida que pasa el tiempo»


Si, es cierto, este es el título y parte de la letra de la famosa canción que a todos nos suena por ser la banda sonora de la película Casablanca, la de “tócala otra vez Sam”, que cantaba Dooley Wilson, aunque yo prefiero una versión más actual, la de la de la voz melosa y elegante de Brian Ferry. Mi época juvenil estuvo marcada por las canciones de Roxy Music y eso influye, digo yo.

En el tiempo que ha pasado desde mi última publicación ha habido besos, ha habido suspiros y han pasado cosas esenciales.

Ha pasado que el Atleti, el glorioso, ganó la liga española. Ya tiene 11 títulos, que no son pocos, pero tampoco muchos si los comparamos con los de “los insaciables”.




Me hice del Atleti muy pronto. Tenía muy pocos años, podrían ser 5 o 6, cuando mi padre apareció en casa con tres camisetas rojiblancas, una para cada uno de mis hermanos.  “Os he comprado estas camisetas de dos colores porque el blanco se ensucia mucho” (se refería al color merengue que representa al otro equipo de la ciudad donde vivíamos). Nos ocultó en ese momento que seguir a los colchoneros era garantía de un sufrimiento infinito. Pensaría que hacer a sus hijos del Atleti les endurecería la piel, y les haría más llevadera una vida en la que el sufrimiento es cotidiano. Al menos para él lo fue. El caso es que gane o pierda nada es fácil en este equipo, al que ya sin remedio seré fiel de por vida.

Ha pasado que ya estoy vacunado. Y no ha sido fácil.  

Aquí la situación ahora no es buena, contagios disparados, hospitales colapsados, y escasez de medicamentos y vacunas. Los que pueden, que no son muchos, viajan a EEUU a buscar el antídoto.  Nosotros por suerte somos de esos y organizamos con tiempo un viaje a Puerto Rico. Teníamos la promesa de unos muy buenos amigos de allí que habría dos vacunas con nombre y apellidos para nosotros.  

Casi no habíamos bajado del avión y ya teníamos la banderilla en el brazo. Un equipo del US Army lo organizaba todo en un recinto preparado para 200 personas en las que sólo había 2 (ella y yo). Todo fue rápido e indoloro. Y sorprendente. Porque sorprende que haya países donde está vacunado todo el que quiere, y no quieren todos, mientras en otros únicamente se vacuna el que puede, cuando todos quieren. Y no parece que hayamos encontrado solución para esto.     

Ha pasado que ya de vuelta hemos pasado por Miami y paseado por la beach más famosa de las pelis americanas.



Es curiosa esta ciudad, al menos lo poco que hemos visto, que calca lo que ya habíamos visto en cine y televisión. Un maravilloso escenario art decó ocupado en su mayoría por latinos y afroamericanos, que lo mismo conducen un uber, te sirven una pizza o se exhiben sin pudor en la playa, que se dejan ver por las calles de South Beach en un haiga descapotable, de esos que te hacen girar la cabeza, por lo ostentoso del carro, y por el volumen de la música rap que te devuelve su emisora. 

Y ha pasado que, al volver, Quito nos recibe con tonos grises de nubes y lluvia.

 Pero he aprendido que: 

«Un día gris y nublado es tan sólo un día gris, con nubes. 

Un día de lluvia es sólo un día que llueve. 

Y lo significativo sucede en los espacios que hay entre claros, nubes y lluvia. 

A medida que pasa el tiempo»

 

¡VACUNAS PARA TODOS!

 

 

 

jueves, 29 de abril de 2021

UN CUENTO CHINO

 


                                               

De pequeño me gustaba leer el TBO, tal vez el comic más famoso en la España de aquella época.  Mis personajes preferidos, como no, eran Mortadelo y Filemón, unos agentes secretos muy especiales, lo más parecido a los superhéroes americanos, pero en hispano.  Y luego me gustaba darme una vuelta por la contraportada, casi siempre ocupada por la Rue del Percebe 13. Para quien no lo conozca se trata de una comunidad de vecinos con personajes muy peculiares, un tanto extremos, lo que es normal si consideramos que se trata de caricaturas que sólo pretenden divertir y entretener a jóvenes lectores. La cosa es que a día de hoy todos esos personajes podrían haber transmutado para llegar a convertirse de caricatura a realidad. 

                                        


Probablemente el frutero, que ocupa el local que da a la calle, simpatizaría con algún partido político de estos que ahora se llevan tanto, que han aprendido a hurgar en lo más mísero del ser humano y enseñan a su tropa a culpabilizar a los demás de todos sus problemas. Es tan fácil hacerlo. Sustituyen la responsabilidad personal por una exigencia de libertad que ignora la de los demás. Este personaje es de los que al mismo tiempo que acusa a los demás de robarle trampea a sus clientes para sustraerles unos centavos en cada venta.                                  

Los vecinos del segundo podrían ser venezolanos o subsaharianos. Llegaron al país andando o en patera, con dos de sus hijos y arrastrando una maleta que contenía todas sus pertenencias. Allí, de dónde vienen, no se podían quedar. Qué más da el motivo. Hasta hace poco han vivido en la calle alimentándose de las monedas que obtenían de pedir por la calle.  El año pasado los acompañó la suerte y la madre encontró trabajo en una peluquería. Por eso, este año han podido alquilar este pequeño apartamento en la Rue del Percebe, donde han nacido otros dos de sus hijos, los gemelos. En su país las familias humildes son muy numerosas, es lo que han visto siempre y es lo que hacen ahora. A veces el dinero de su salario no les da para todo y tienen que dejar de pagar el alquiler o la comunidad. La vuelta a la calle esta siempre ahí, a la vuelta de la esquina. Viven con miedo y a veces con culpa porque algún vecino les acusa de venir al país a enriquecerse y quitar el trabajo a los de aquí.

El ático, donde antes vivía el vecino moroso, ahora esta okupado por un joven que luce unas enormes rastas. Allí ha montado un huerto urbano y por la tarde toca la guitarra con amigos mientras fuman cannabis.  

El veterinario del primero izquierda es negacionista. Desconfiado desde siempre. No soporta la ansiedad que le genera no tener explicación a lo que pasa, y ha optado por abonarse a teorías conspiranoicas, difíciles de creer, sí, pero que ponen nombre y apellidos al enemigo y eso de primeras tranquiliza, pero paradójicamente, a la larga cada vez está más irritado, más enfadado y su ansiedad ha pasado a ser incontrolable.  




El ladronzuelo del tercero derecha ha prosperado y ahora va con traje y corbata. No se mancha, y ya no necesita utilizar antifaz. Se encuentra muy seguro y protegido por su “organización” que ahora es legal y recibe subvenciones. Maquiavélico.   

La señora del segundo izquierda ya es muy mayor, es la única que se mantiene de todos los antiguos vecinos de la Rue. Ha visto como se transformaba el barrio durante estos años. Ya no queda nadie de los que habitaron ese bloque, que en aquellos tiempos estaba rodeado de descampados. De todos sus amigos, el que no se ha ido a otro barrio, se ha muerto. Hoy está contenta porque la han vacunado.   

La portera de la finca ya se fue, los vecinos no podían permitirse su salario y han transformado el piso del bajo para abrir una puerta a la calle, y poder alquilárselo a un chino que pasa allí todo el día de todos los días, vendiendo bebidas, chuches y cigarrillos sueltos a los chavales.   

Todos tan diversos, antes convivían, ahora se separan. Tienen problemas, y eso no debiera ser un problema, pero ahora les cuesta solucionarlos. Cuando se juntan es difícil que se pongan de acuerdo. Las posiciones son tan extremas que en la última reunión de vecinos se oyeron gritos a más de tres cuadras. Ya no se toman decisiones importantes para la comunidad, como el cambio de compañía de suministro de agua, la derrama para arreglar el ascensor o como gestionar las cuotas atrasadas de algunos vecinos. Al final, pocos son los que van a estas reuniones para evitar el bochorno y las decisiones las tomas los dos vecinos “más interesados” que son los que siguen yendo. Los demás aceptan lo que venga. Solo quieren vivir tranquilos y no tener más problemas de los que ya tienen.  

¡Esta comunidad moderna se parece mucho a la sociedad actual! Los que la representan han dejado de hacer política, que no es otra cosa que defender unas ideas y renunciar a otras para llegar a acuerdos que permitan avanzar todos juntos, y se esfuerzan en acabar con la comunidad y con el edificio. Unos por activa y otros por pasiva, y unos con más interés que otros.

No encontramos la manera de hacer prevalecer la idea de que todos somos necesarios, sin dejar a nadie atrás. El bichito que ahora mismo nos ataca nos lo está gritando muy fuerte.  Si uno, por lo que sea, no puede andar hay que parar y ayudarle, aunque eso suponga a los demás tener que ir más despacio. De otro modo habrá tanta distancia entre nosotros que no seremos capaces de reconocernos como parte de lo mismo. Y eso está muy cerca.

O lo mismo todo esto que digo es un cuento chino, no sé. 

¡Vacunas para todos!

 

domingo, 11 de abril de 2021

ON THE ROAD

 




“Cuentan que amanecí en el año del sol

Que hizo que nos encontraran

A este lado de la Panamericana”

 

Así reza la canción de DePedro sobre la ruta más famosa y larga del continente americano. Una carretera que atraviesa 20 países en sus 17.000 kilómetros de recorrido y que solo se interrumpe en un pequeño tramo de 130 km entre Panamá y Colombia. Reconozco que me emocioné la primera vez que “manejé” por ella. Es como si tuviera la sensación de conocer de toda la vida a alguien que no había visto nunca.  

Esta semana me he vuelto a reencontrar con ella, camino a Cuenca, una ciudad imperdible situada al sur del país. Nos hemos acompañado durante 450 kilómetros y ocho horas de viaje en las que todos hemos cambiado.  

Ha cambiado la panamericana, que pasa, de enseñarse con orgullo en los alrededores de la capital, con dos o tres carriles por vía y una buena señalización, a mostrarse humilde y descuidada, arrugada y sin pintar, cuando se aleja de los grandes núcleos de población.

Va cambiando el clima como cambia la altitud, de alta a muy alta, en un viaje a través de las nubes, que unas veces, egoístas ellas, te envuelven, acaparando toda la atención e impidiendo que te fijes en nada más; en otras comparten contigo lo que les sobra, el agua; y en la mayoría de las ocasiones se alían con montañas, prados y demás elementos andinos para demostrarte que, junto a ellos, pueden componer magnificas postales en su baile sobre el fondo azul.  



Y claro, cambiamos nosotros. Un cambio que, a mí, me devuelve al pasado.

Me traslada a aquella época en la que uno aún no decide sobre su propia vida. Vivíamos en Madrid, e ir al pueblo con la familia tres o cuatro veces al año era inevitable, incontrovertible, inexcusable, vamos, que no te podías negar. Subíamos al Renault 4L, color verde, que mi madre se encargaba de cargar hasta la bandera e íbamos directos al encuentro de los 160 km que nos separaban del destino por una carretera antigua, poco cuidada y empeñada en pasar siempre por el casco histórico de todas las ciudades y pueblos que encontrábamos. Una seria apuesta por promover la cultura y el patrimonio de las ciudades que generaba inmensas caravanas en las que, sobre todo los vendedores de helados, hacían su agosto. Tan inevitable como las caravanas eran las paradas en los puestos de carretera para cargar aún más el coche, que ya protestaba por el abuso, con melones y sandías de la zona, que se acababan colando entre mis piernas y las de mis hermanos.  En fin, que aquel viaje de dos horas se convertía con demasiada frecuencia en cuatro, igual que aquí, este, que podría ser de cuatro, se convierte en uno ocho. 

Ocho horas muy distintas.

Las primeras transcurren por buenas carreteras, ciudades muy pobladas y famosos y estirados volcanes. Sorprende tener que parar en plena autovía alertados por el rojo de un semáforo o reducir velocidad por la frecuente invasión de los arcenes por vendedores de fruta, verdura y helados de salcedo, o por jóvenes avisadores que mueven sus banderas para indicar la existencia de restaurantes o huecas donde desayunar café con humitas, tigrillo o comer chancho y cuy a la brasa.

A partir del Chimborazo la cosa cambia. La carretera es otra, se hace más estrecha y sinuosa, con unos baches que a veces superan su propia definición para pasar a ser profundos agujeros, que te obligan a parar o esquivar. Las subidas y bajadas son más frecuentes y la niebla aparece y desaparece a antojo. Aun así, la gente no deja de poblar los márgenes de la carretera, unos van de un lugar que no distingues a otro que no adivinas, mientras otros esperan pacientemente  que alguien les recoja para continuar con su rutina. Me gusta ver sus caras, imaginar sus vidas, inventar sus historias, aunque lo que realmente me gustaría es preguntárselo y que ellos mismos lo contasen. Pero no se puede ser curioso y tímido al mismo tiempo. 

Al paso por los núcleos rurales vuelven los vendedores y agitadores de banderas, el ir y venir de la gente por las calles, los mercadillos, el tráfico de camionetas, los carteles electorales y las banderas multicolor del movimiento indígena.

Y por fin, cuando nos acercamos al destino, todo vuelve a cambiar, la carretera vuelve a acicalarse y a ponerse guapa para enseñar sus encantos en la gran urbe.

Uno nunca se aburre en la panamericana. 

 

                             
























 

lunes, 29 de marzo de 2021

FANESCA

“Este viernes, os guste o no, comemos potaje, y no se hable más”, esa era mi madre en tiempo de Cuaresma. No era especialmente creyente, pero como todas las de su generación, creció en un ambiente en el que la iglesia dictaba normas de conducta más severas que las que dictaba el dictador, al menos afectaban más al día a día. Ésta, en concreto, tiene que ver con la gastronomía. 

Y es que la Cuaresma es tiempo de penitencia, sacrificio y ayuno, en contraste a la fiesta pagana del carnaval, que se celebra unos días antes con todos sus fastos y excesos. Claro que ese señor bajito, que nos gobernó por la fuerza durante muchos años, resulta que también prohibió los carnavales. No le gustaban los contrastes y pensó que lo mejor es que fuera todo sacrificio. Él era muy religioso y casto, y desde luego muy simple, tanto como para no aceptar que todos nosotros convivimos con otros yoes, que no tienen por qué parecerse al que enseñamos a los demás todos los días, y al que de vez en cuando tenemos que sacar a pasear. 

Volviendo al asunto gastronómico, el potaje, al que mi madre echaba garbanzos, judías, arroz, acelgas, bacalao y huevo cocido, era uno de esos sacrificios de Cuaresma. Al de no poder celebrar -el carnaval-, se le une el de no poder comer -carne- (será por aquello de los pecados de la carne) al menos un día a la semana, y el viernes fue el día elegido. Recuerdo que para mí eso era un castigo que con los años ha mutado a placer. 

              

Todos estos recuerdos han venido a mi cabeza este fin de semana. Unas buenas amigas nos invitaron a la recreación de una fiesta familiar  ancestral que gira, como casi todas las fiestas familiares de aquí o de allí, alrededor de la comida. La excusa puede ser una carne a la brasa, un arroz, un horneado de chancho, un cocido, o como en este caso, la fanesca, el guiso de los 12 granos. 

                           

La fanesca es la comida tradicional de Cuaresma en Ecuador, como lo es el potaje en mi país, pero también es una metáfora de la mezcla pues combina granos y pescado, y cultura y religión. Parece que ya existía algo similar en el mundo precolombino, le llamaban “uchucuta” que significa granos tiernos cocidos con ají y hierbas. Los indígenas aprovechaban para cocinarlo en la temporada de cosecha de granos, que daba comienzo en el mes de febrero con los festejos del Pawkar Raymi, ceremonia religiosa andina en la que se agradece y se comparten los frutos con que cada año obsequia la Pachamama o madre tierra. Luego, durante la colonización, los españoles mezclaron los símbolos indígenas con las creencias católicas, y convirtieron este potaje de granos tiernos, al que añadieron leche y bacalao, en un elemento culinario muy importante en la celebración de la Semana Santa. Lo llamaron fanesca y le otorgaron una simbología cristiana, que se acrecienta con la interesada similitud de los doce granos con el mismo número de apóstoles que acudieron a aquella famosa cena. 

Esta comida no es únicamente un guiso propio de esta zona andina, sino la excusa para juntarse las familias y celebrar la vida en comunidad alrededor de la cosecha. Nos contaban durante nuestra estancia que, en su familia, y en otras muchas de la región, era tradición reunir a varias personas el día anterior para realizar el desvaine de los granos y continuar el día siguiente con el guiso y la elaboración de las empanadillas que lo acompañan, en una especie de ritual. 

Y ese ritual es el que cumplimos religiosamente este fin de semana con la familia Guarderas en los alrededores de Quito. 

Casi al mismo tiempo, al otro lado del Atlántico, 9000 km hacia el oriente, en una pequeña huerta de un pequeño pueblo de los montes de Toledo, se reúne otra familia alrededor de un arroz con costillas, que bien podrían haber sido unas migas, o unas chuletas de cabrito, siguiendo un ritual similar que se repite hace ya unos cuantos años. 

También hubiera querido estar allí compartiendo esa liturgia de domingo de Ramos. 

Receta de la fanesca: 

“Se eligen tiernos los frijoles, habas, chochos, choclos y alverjas: se cuecen, como también, arroz, coles y sambo picado; todo se rehoga en una cazuela preparada con cebolla frita en manteca, ajos, cominos, maní tostado y molido, y un trozo de azúcar; se añade nata y leche, y después de un hervor dado con los trozos de peje y camarones se sirve poniendo encima fritos de masa de pastel en diversas figuras y muy pequeñas, tajaditas fritas de plátano, rebanadas de huevo endurado, perejil picado, ajíes floreados y polvo de pimienta sobre todo.”

                                  

sábado, 6 de marzo de 2021

BUENAS O MALAS COMPAÑIAS

 





Últimamente no tengo mucho que contar, ni de aquí ni de allí. No salgo mucho. He estado aquejado de unas muy molestas inflamaciones en la parte más oscura de la zona donde la espalda pierde su nombre. La solución ha tenido que ser radical, ya no están conmigo. Eso hace que lleve unas semanas mirando el mundo desde nuestra pecera quiteña hasta que recupere la verticalidad, y el ánimo. Ya os digo que no va a tardar mucho. 

Para solventar mi problema he tenido que visitar a médicos que sorprendentemente elijen explorar agujeros negros, sin ser astrónomos. No sé, a veces me da por pensar como sería el momento en que el licenciado comunica la decisión de elegir esta esta especialidad a familiares y amigos, ¿y no podrías haber elegido otra parte del cuerpo, hijo de mi vida?  Yo por mi parte muy agradecido de su “peculiar” elección. Como podéis imaginar con ellos se crea una relación muy especial, muy bonita. He estado con tres. Incluso he llegado a visitar a dos al mismo tiempo sin que el otro lo supiera. Excitante. Creedme si os digo que me ha llegado a generar una dependencia que afortunadamente estoy superando.   

La Sanidad aquí no es como en Europa, la pública muy desasistida y la privada muy exclusiva. Obviamente si alguien viaja a estos países tiene que venir con un seguro bajo el brazo. Y ni aun así estas completamente seguro. Entre la percepción de seguridad y la seguridad real siempre está la letra pequeña de los contratos.

Hablando de contratos, aquí están aún dándole vueltas al que deben suscribir el pueblo y sus gobernantes. Después de un mes de las elecciones, siguen con el recuento de votos para decidir quien acompaña al candidato de la izquierda correista, Arauz, en la segunda vuelta de las elecciones. Sólo puede quedar uno de dos, y hay están en la recta final a ver quién mete la cabeza y gana aun por milésimas el derecho a pelear por la Presidencia.  Con el dorsal 1, pelea Lasso, patrocinado por Creo, el partido de la derecha liberal; y con el dorsal 2, Yaku, el representante indígena con su marca Pachacutik. Los dos llegan a la meta con una distancia mínima de 30.000 votos a favor del liberal. Ambos se vigilan de cerca. Los indígenas han sido convocados a movilizaciones en la calle para presionar en lo que consideran puede ser un fraude si al final gana Lasso, como dictamina el Consejo Electoral. El árbitro ha pitado gol del equipo liberal pero la jugada se está revisando por el VAR. ¡Un lio, vamos!

Y es que a pesar de que en la primera vuelta ha ganado el partido de Correa con el 30% de los votos, en general la gente no quiere que vuelvan. Tienen miedo a una “venezolizacion”. Hasta qué punto será, que el otro partido de izquierdas que va cuarto en el conteo ya ha dicho que en segunda vuelta no va a apoyar al partido de Correa, y parecen preferir que sus votos cambien de rumbo y vuelen de izquierda a derecha. Por otro lado, el líder indígena también de tendencia izquierdista, en caso de no pasar a segunda vuelta, tampoco apoyaría a Lasso porque le consideran rey de la corrupción y desde luego poco indigenista, pero tampoco apoyarían al partido “correista”, por la descomposición y división a la que, dicen, llevo al país, y porque además su líder tiene un duro enfrentamiento personal con el anterior mandatario, Correa, que expulsó a su esposa del pasi cuando era presidente. Vamos, un enredo, una telenovela latinoamericana, de la que ignoramos aún quien será el galán protagonista.   

Pero pase lo que pase, tengamos la esperanza de que en el futuro iremos menos de culo.